Las palabras griegas, que nos han dado tantas raíces, nos prestan a kalós, bello; éidos, imagen; scopéo, observar; para formar el Kaleidoscopio que es cambio, imágenes dinámicas, diferentes, impresiones personales sobre el mundo.








viernes, 7 de mayo de 2010

La sucursal del cielo

Vengo de ver la exposición de fotografías FotoPres, un certamen promovido por la prensa española. Entre otros fotógrafos, está Lurdes Basolí, quien ganó uno de los premios por su trabajo: “Caracas la sucursal del cielo”. Estoy sentada frente al computador, pensando qué fue lo que me impresionó tanto de esa exposición. Creo que es una mezcla de nostalgia y rechazo a las imágenes de violencia, esa violencia de la cual quise escapar, alejándome un tiempo, como para limpiar el alma de tantos muertos y de tanta indiferencia, solo para volver a verla expuesta aquí en su crudeza emocional. Es una exposición donde Caracas brilla por su lado más feo, ese que no queremos ver, pero que nos hiere todas las mañanas cuando prendemos la televisión, cuando leemos la prensa o cuando nos cuenta un vecino o un amigo el suceso más reciente.

Usando en forma irónica el calificativo que alguna vez se ganó nuestra capital, Basolí presenta imágenes de esa Caracas que tenemos hoy: “Más allá de la revolución ─dice─ está la inseguridad y la violencia que viven los caraqueños en el día a día, y los estragos que hace en las familias”. La primera foto muestra el contraste brutal entre los barrios y la clase media, la degradación de la arquitectura urbana, los edificios de apartamentos rodeados de ranchos. Contraste para nosotros casi normal, pues vivimos allí, lo conocemos desde que nacimos, pero que para alguien de estas latitudes es impactante. Pasa luego a mostrar la emocionalidad detrás de la violencia, la desolación en las caras, la mirada perdida de la madre que abraza a la hija muerta, que le sujeta la quijada, la toma por la cabeza, desmadejada, sin fuerzas para llorar, apenas para sostenerla.

La mayoría de las imágenes reflejan no solo la tristeza y el dolor, sino también la presencia de niños, de adolescentes, en todos estos eventos. Hay dos fotos que me impresionaron en forma particular: una, la de un padre corriendo escaleras abajo con su niña herida, mientras la mamá llora junto a ella, en una esquina se ve la mano de alguien que retiene la de la niña, que no la quiere soltar, que no se atreve a despedirse.

La otra, la de una niña como de once años, su cara reventada por la violencia, una cicatriz le cruza la barbilla y le llega casi hasta el cuello. Tiene una mirada limpia, cuestionando al que toma la foto, o a la vida, preguntando, preguntándose si vale la pena. La mirada duda y el gesto también, una sonrisa que se queda a medio camino, sin atreverse a salir del todo.

Nos espera un trabajo enorme para salir adelante, para volver a ser esa sucursal del cielo que fuimos, y que deberíamos poder volver a ser. Una ciudad, un país donde podamos caminar libremente, sin el temor a que nos asalten, a perder la vida inútilmente. En el mes de abril salió un rayo de sol que puede formar un arcoíris. Pero lo más importante es pensar qué es lo que vamos a hacer más allá del arcoíris, imaginarnos ese futuro hermoso al que podamos apuntar, y trabajar unidos para lograrlo.

Madrid, 7 de mayo de 2010