Las palabras griegas, que nos han dado tantas raíces, nos prestan a kalós, bello; éidos, imagen; scopéo, observar; para formar el Kaleidoscopio que es cambio, imágenes dinámicas, diferentes, impresiones personales sobre el mundo.








viernes, 11 de agosto de 2017

Buscando respuestas



"La guerra no empieza nunca con el primer tiro. La guerra empieza con el cambio de lenguaje."

Ryszard Kapuscinski

Me ha tomado mucho tiempo retomar la escritura, pues cada vez que escribo algo parece obsoleto al cabo de unas horas. Los venezolanos estamos viviendo un momento que parece un torbellino, hoy pasa una cosa, mañana otra igual o más importante, y atrapados en ese frenesí, aunado a la incertidumbre del rumbo del país, nos llenamos de angustia, de tristeza, de impotencia.

Decidí buscar textos que me ayudaran a entender lo que está pasando desde otra perspectiva. El mundo de hoy, un libro de Ryszard Kapuscinski, me cayó en la mano como primera guía. Un hombre como Kapuscinski, nacido y formado en la guerra, reportero de conflictos, agudo observador de la realidad que lo rodeaba, es capaz de enseñarnos hoy, años después de su muerte, las claves de lo que ocurre a grandes trazos, y como manejarse en este mundo lleno de incertidumbres.

Kapuscinski fue un reportero excepcional, tenía la habilidad de describir situaciones muy complejas –no solo conflictos y guerras en marcha, sino las tormentas sociales que estos creaban–, y hacernos pensar que estábamos ahí, con él, a cada paso. “Para poder escribir sobre la guerra, el reportero tiene que hallarse en el centro de la misma, y por consiguiente, exponerse a todas sus consecuencias”, nos dice.

Lo primero que me pasa es que, en este momento, no estoy en la guerra: no he llorado con las bombas lacrimógenas, no he sudado en las marchas, no me he torcido el pie tratando de escapar de una tanqueta, no he escuchado los gritos de dolor de las madres a quienes les han matado los hijos, no he vivido el miedo a que me pongan presa y me torturen. No de cerca. No ahí. Esta vez el conflicto me agarró fuera del país, y me quedé en un limbo, mirando por las redes los incesantes videos de marchas, de muchachos valientes que salen a proteger a la gente y que conforman una primera línea de batalla, muchachos que son asesinados por bombas o por balas, muchachos que ponen presos y que torturan y tratan de quebrar. Si, si he oído los gritos, grabados en esos videos. Si, si me puedo imaginar estar ahí, porque he estado otras veces, porque estos cuatro meses de protestas ocurrieron prácticamente debajo de mi ventana, porque todos los días me despierto buscando las noticias, a ver qué pasa, a ver cómo avanzamos, a ver si algo se define.

Quizá no puedo escribir directamente sobre lo que ocurre, pero sí sobre como nos afecta a todos los venezolanos que estamos pendientes, que salimos el 16 de julio a votar dentro y fuera del país, en un gesto maravilloso de ciudadanía (perdida), para rechazar pacíficamente al gobierno que hoy está en el poder.

En cada uno de los videos publicados tanto en las cadenas de noticias internacionales más prestigiosas –BBC, El País.es, El Mundo, El New York Times–, como en las redes sociales, veo un país que ha ido avanzando hacia una guerra, o hacia una posibilidad de guerra que cada día es más fácil de imaginar y de temer. "La guerra no empieza nunca con el primer tiro. La guerra empieza con el cambio de lenguaje." [1], nos dice Kapuscinski en su experta sabiduría. ¡Cuánta verdad hay en esta frase, en esta sola cita! Recordé por allá en 2002, al presidente de Venezuela despidiendo a unos empleados por televisión, usando un pito, como un arbitro en un juego de futbol. La violencia de ese acto me quedó marcada. Y luego el uso cada vez más frecuente de insultos, de palabras soeces, de gestos violentos, como por ejemplo pegar el puño contra la mano abierta, amenazando al contrario.

Desde ese entonces hasta ahora el uso de lenguaje violento no ha hecho sino arreciar. El presidente de hoy baila en la televisión mientras matan a los jóvenes  y habla de usar las armas en contra de la gente sin que le tiemble la voz, sin que le cambie la cara. Claro, ya estamos en una fase que no es solo el lenguaje, ya los primeros tiros tienen víctimas que lamentar, ya hay más de 130 muertos en estos cuatro meses y han herido a cientos más. Hay presos, hay torturados, desaparecidos, nuevos exiliados…

Kapuscinski, hablando del 11 de septiembre de 2002, decía que ese evento nos da la oportunidad de repensar el mundo: o enfrentamos la realidad y tratamos de resolver en forma conjunta los problemas que nos aquejan–las injusticias, las desigualdades–, o dejamos que los militares controlen el poder, pegando duro cuando sea necesario para mantener el status quo. Palabras más palabras menos.

Los venezolanos estamos quizá ante esa coyuntura. Enfrentar la realidad entre todos o dejar que los militares mantengan el status quo. El domingo 6 de agosto, en uno de esos giros que ya parecen rutina, un grupo de rebeldes robaron unas armas y soltaron un video por las redes. No sabemos que hay de cierto, las informaciones van y vienen. Todo esto forma parte de un torbellino que pareciera que nos lleva a la guerra, una guerra que la mayoría del pueblo rechaza, que los líderes de la oposición también rechazan, pero que se mueve como si tuviera vida propia.

El mismo domingo también, por primera vez, se reunieron en un acto publico disidentes del gobierno y líderes de la oposición en el Encuentro en Defensa de la Constitución.


Este acto no debe pasar desapercibido entre tanto ruido de sables. Creo que debemos fomentar más encuentros como ese, que representa una concertación de voluntades más amplia incluso que la que hasta ahora ha abarcado la Unidad. Es la mejor oportunidad que tenemos para repensar nuestro futuro y exigir un cambio. Para mantenernos plantados ante la irresponsabilidad de los que gobiernan el país.

10 de agosto de 2017

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[1] Entrevista a Kapusinski en el Magazine La vanguardia, el 29 de diciembre de 2002.

viernes, 12 de mayo de 2017

Día de los hijos


Ayer mataron a otro muchacho. Miguel Castillo. 27 años. Los reporteros improvisados, la misma gente que asiste a las marchas, subieron dos videos, uno del momento en que lo montaron entre dos en una moto para tratar de llevarlo al hospital, pero ya ahí estaba muerto. El otro…

Ayer no pude sino volver a llorar. En otro video se veía a un muchacho ya detenido por los policías y, de repente, ellos le dispararon a quemarropa. El tipo de balas que les están disparando, que son como unas metras grandes de acero. Otros muchachos lo ven, corren a auxiliarlo…no pude seguir viendo.


Ayer leí la historia de Pedro, el muchacho que fue embestido y atropellado por una tanqueta. El miserable que la manejaba arremetió contra el grupo de jóvenes, como si fuera un video juego, para llevárselos por delante. Le pasaron por encima a Pedro. Siete costillas fracturadas, los dos omoplatos, el pulmón perforado… Sobrevivió, a pesar de la tanqueta, a pesar de haber “almorzado bombas lacrimógenas”, como cuenta Roberto Mata en su reportaje. Hace unos días, cuando vi este video y me imaginé lo peor, me puse a llorar como si todas esas bombas que él tragó me hubieran explotado adentro.


Ayer vi el video de un violinista, rindiéndole homenaje a otro músico caído, Armando Cañizales de 18 años, tocando el himno nacional, protegido tan solo por un casco de motorizado y una franela esbozada para no respirar el gas lacrimógeno. Sus compañeros lo defendían de los embates de las bombas usando unos escudos de cartón piedra, mientras él seguía tocando a ver si la música derribaba los escudos de esos guardias, si se colaba a través de los uniformes, a través de las tanquetas y llegaba a despertar alguna fibra de solidaridad. 

Ayer repasé videos, fotos, testimonios de cuarenta días de protesta a nivel nacional. Vi las fotos de 50 muertos, más de 600 heridos, más de dos mil arrestos y casi 700 personas que mantienen privadas de libertad. Más de 200 civiles juzgados en tribunales militares. Y la respuesta de este gobierno es bailar, es hablar con las vacas, es convocar una constituyente totalmente anticonstitucional y que ahora se transforma en una “constituyente militar”. Sí, los militares, que ya manejan todo el presupuesto, que desde los ministerios deciden qué se hace y qué se deja de hacer. Que deciden seguir matando, seguir reprimiendo. Ellos también quieren su constituyente.

Ayer vi una foto en las redes sociales, 6 muchachos de 19 años marchan en busca de un país mejor. Son mis hijos, mis vecinos, los amigos de la cuadra. Una generación que ha crecido a la sombra de las protestas, aprendiendo a defender unos derechos que nos han querido robar, pero que a cada paso se lo hacemos más difícil. Sentí orgullo de esa generación, que ha crecido en una Venezuela convulsa, que sabe que las cosas no son regaladas, que no hay que dar nada por sentado, que la libertad se defiende en el salón de clase y en la oficina, en la casa y en la calle. Cuatro de ellos se fueron a buscar futuro en otros países. Uno sigue en Venezuela. El otro, se nos fue ayer.

Ayer vi una foto de mis hijos pequeños, marchando con su abuela mami, hace más de diez años. El próximo domingo va a ser el día de la madre. Pero para hacer justicia, debemos celebrar el día de los hijos. Porque cualquiera de ellos es nuestro. Porque en este próximo día de la madre no podremos abrazarlos. Porque no hay muerte que valga la pena. Porque ellos, sobre todo ellos tienen el derecho a vivir, a tener un futuro mejor y a celebrar la vida.


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11 de mayo de 2017

miércoles, 19 de abril de 2017

Pavana para infantes torturados

Pavana para una infanta difunta. Pieza de Ravel. La primera que escucho en mi selección musical. Cabrera Infante emula este título con gran inteligencia y humor: La Habana para un infante difunto, jugando con el eco de los sonidos y significados de las palabras, para emular el dolor de su exilio. Yo tomo el título para cambiarlo, porque nada es casual, aunque parezca.

Esta mañana vi un video que me mandaron, donde un padre describe cómo torturaron sus hijos en el Sebin, el nuevo organismo de represión en Venezuela. El padre cuenta como quebraron a sus muchachos, y cómo hasta la juez se dio cuenta del trato vil que habían recibido. ¿Y qué podemos hacer para ayudar a los jóvenes que están presos, no solo los del video? A ellos le robaron la vida entera, se la han dañado quizá en forma indeleble.

A lo mejor, cuando todo cambie, algunos lograran superar lo sufrido y podrán rehacer su vida. Otros lamentablemente seguirán con las heridas abiertas…

Conocí muy de cerca el caso de mi amigo Exequiel, quien se vino (expulsado) de su país a los 26 años. Era, a esa corta edad, esposo, padre de tres niños  y el régimen dictatorial lo desapareció primero, lo puso preso, lo torturó, y luego lo dejó encerrado a su suerte en una de las múltiples cárceles que habilitaban para presos políticos. Su padre, como este que narra el video, lo buscó incansable hasta dar con él, para sacarlo con la condición de que no se quedase en suelo chileno. Lo botaron sin pasaporte, casi sin equipaje y con heridas sin cauterizar. Mi amigo fue afortunado. Llegó a Venezuela, que le abrió los brazos y lo llenó de oportunidades, de cariño, lo acogió como a un hijo adoptivo.

En esta misma Venezuela, el gobierno hoy expulsa a estos jóvenes nuestros, o los hacina en cárceles para presos de alta peligrosidad, o los tortura bajo una máscara de “democracia” y “legalidad”. Este gobierno amenaza con milicianos, con armas, con guerra, para tratar de quebrarnos a todos.

Dicen que la juventud es esperanza. Estos muchachos, los que están presos y los que desde todas partes del mundo, sienten a Venezuela en sus raíces, saben que gracias a ese país sus padres lograron sacarlos adelante, tal como nos contó el padre de los morochos Sánchez: dando la mejor educación, los valores más nobles.




“Nos doblaron, pero no nos quebraron. Papá, dígale a todos nuestros amigos, que las lágrimas de hoy serán la sonrisa del mañana.”

Hoy no puedo sino estar con ellos.


19 de abril de 2017

Las palabras del Dr. Sánchez en la Asamblea Nacional, Caracas, Venezuela, 18 de abril:
https://www.youtube.com/watch?v=XXRYkB-633M


jueves, 26 de enero de 2017

La marcha de los indoblegables


Esta semana asistí a una marcha que ya es rutina en nuestro devenir como oposición: la marcha del 23 de enero. Allí nos dimos cita los indoblegables: los que no nos cansamos, los que no esperamos una resolución definitiva a la vuelta de la esquina, pero que tampoco queremos ceder el espacio defendido por tantos años.

Haber asistido me confrontó con lo que sucedió el año pasado, con los graves desacuerdos que tengo con las decisiones que se tomaron y con la falta de claridad en el diseño de nuevas estrategias.

Pero como siempre, un año nuevo nos impone ver hacia el futuro y tratar de entender dónde estuvieron los errores para enmendar el curso. Quizá lo que hay que hacer es algo tan aparentemente sencillo como olvidarse de cuotas de poder, de pugnas y pescueceos para tratar de aparecer en el G4, G21 o G33, mientras los problemas del país nos explotan en la cara.

Quizá se trata de volver a poner los pies sobre la tierra y acompañar a las personas en sus necesidades, pero también mostrarles qué hay que hacer, cómo debemos trabajar en conjunto para trazar un camino de cambio posible. Menos redes sociales y más calle, diría yo.

Participar en la marcha del 23 de enero me acercó una vez más a la gente, esa misma que como yo, quiere que las cosas cambien y se resiste a pensar que todo está perdido. El que la marcha de los indoblegables haya sido contundente nos dice que hay un contingente que se puede organizar para ir más allá de los actos políticos, y lograr también un cambio social.

Porque lo inadecuado de las respuestas pasadas no invalida la pregunta, esa gran pregunta que es hacia dónde vamos como país y cómo retomamos la senda del desarrollo.


Angélica Alvaray

25 de enero de 2017