“la literatura es la semilla del peligro para el poder autoritario”
Mario Vargas Llosa
Hoy escribo tarde. Después de una tostada de pan y café negro, después de leer la prensa y de ver en la televisión a un Mario Vargas Llosa feliz, como lo estamos todos, por el recién otorgado premio Nobel de literatura 2010.
Vargas Llosa es de la generación de mis padres. Nació el 28 de marzo de 1936 en Arequipa, Perú y formó parte de esa generación de jóvenes que querían cambiar Latinoamérica. Cada quién en su ámbito de acción. Para Luis Alvaray, era la ingeniería, los avances tecnológicos, cómo desarrollar al país y como convertirnos en una nación del primer mundo. Cómo apuntar a eso sin olvidar al que menos tiene, al que no tiene acceso real a las oportunidades que conceptualmente le ofrece la democracia. Para Gisela fue el desarrollo académico, como hacer de la educación la bandera de redención, como hacer llegar el conocimiento a toda la geografía y así contribuir a erradicar la pobreza.
Para Mario Vargas Llosa, el cambio fue y es a través de la literatura. La ficción como forma de rebeldía contra una realidad que no debe ser, como él mismo dijo. Él y otros grandes ─García Márquez, Rulfo, Cortázar, Fuentes, Borges─, formaron parte del famoso boom latinoamericano, que cuestionaba formas y contenidos, que denunciaba realidades a través de ficciones. No podemos olvidar la prosa bellísima con la que Rulfo describe (y denuncia) la pobreza de su pueblo natal, la indolencia de los gobernantes, el conformismo de la gente.
De la mano de mis maestros leí La ciudad y los perros, Pantaleón y las visitadoras, La tía Julia y el escribidor, La guerra del fin del mundo y muchos otros. Luego vino La fiesta del chivo, que me reconcilió con él como escritor cuando ya lo había metido en una gaveta de olvidos.
Me contenta el premio. No solo como reconocimiento a su labor incansable en el mundo de las letras sino más allá, en el ámbito político. Aún cuando no he estado de acuerdo con algunas de sus posiciones, hoy por hoy coincidimos en lo básico, pues el dilema actual es diferente, como lo anuncia también Pompeyo Márquez: el mundo ya no se divide entre capitalismo y socialismo.
Estamos frente a un dilema que tiene que ver con la concentración del poder o la democracia. Y en ese dilema, su posición clara y abierta de enfrentar las autocracias y dictaduras del mundo lleva todo mi respeto. Desde esa perspectiva, comparto con él la necesidad de defender la libertad de elección. Que cada individuo tenga libertad para profesar su fe, para defender sus creencias, dentro de un marco regido por la constitución, que es la que indica las reglas del juego.
En este sentido, el premio de Vargas Llosa viene a recordarnos, así como nos lo subrayó el 26S, que sí se puede, que podemos cambiar las cosas, plantearnos un mundo mejor y avanzar hacia eso.
8 de octubre de 2010
Mario Vargas Llosa
Hoy escribo tarde. Después de una tostada de pan y café negro, después de leer la prensa y de ver en la televisión a un Mario Vargas Llosa feliz, como lo estamos todos, por el recién otorgado premio Nobel de literatura 2010.
Vargas Llosa es de la generación de mis padres. Nació el 28 de marzo de 1936 en Arequipa, Perú y formó parte de esa generación de jóvenes que querían cambiar Latinoamérica. Cada quién en su ámbito de acción. Para Luis Alvaray, era la ingeniería, los avances tecnológicos, cómo desarrollar al país y como convertirnos en una nación del primer mundo. Cómo apuntar a eso sin olvidar al que menos tiene, al que no tiene acceso real a las oportunidades que conceptualmente le ofrece la democracia. Para Gisela fue el desarrollo académico, como hacer de la educación la bandera de redención, como hacer llegar el conocimiento a toda la geografía y así contribuir a erradicar la pobreza.
Para Mario Vargas Llosa, el cambio fue y es a través de la literatura. La ficción como forma de rebeldía contra una realidad que no debe ser, como él mismo dijo. Él y otros grandes ─García Márquez, Rulfo, Cortázar, Fuentes, Borges─, formaron parte del famoso boom latinoamericano, que cuestionaba formas y contenidos, que denunciaba realidades a través de ficciones. No podemos olvidar la prosa bellísima con la que Rulfo describe (y denuncia) la pobreza de su pueblo natal, la indolencia de los gobernantes, el conformismo de la gente.
De la mano de mis maestros leí La ciudad y los perros, Pantaleón y las visitadoras, La tía Julia y el escribidor, La guerra del fin del mundo y muchos otros. Luego vino La fiesta del chivo, que me reconcilió con él como escritor cuando ya lo había metido en una gaveta de olvidos.
Me contenta el premio. No solo como reconocimiento a su labor incansable en el mundo de las letras sino más allá, en el ámbito político. Aún cuando no he estado de acuerdo con algunas de sus posiciones, hoy por hoy coincidimos en lo básico, pues el dilema actual es diferente, como lo anuncia también Pompeyo Márquez: el mundo ya no se divide entre capitalismo y socialismo.
Estamos frente a un dilema que tiene que ver con la concentración del poder o la democracia. Y en ese dilema, su posición clara y abierta de enfrentar las autocracias y dictaduras del mundo lleva todo mi respeto. Desde esa perspectiva, comparto con él la necesidad de defender la libertad de elección. Que cada individuo tenga libertad para profesar su fe, para defender sus creencias, dentro de un marco regido por la constitución, que es la que indica las reglas del juego.
En este sentido, el premio de Vargas Llosa viene a recordarnos, así como nos lo subrayó el 26S, que sí se puede, que podemos cambiar las cosas, plantearnos un mundo mejor y avanzar hacia eso.
8 de octubre de 2010
De izquierda a derecha: Gabriel García Márquez, Jorge Edwards, Mario Vargas Llosa, José Donoso y Muñoz Suaz, en casa de Carmen Balcells, en Barcelona (1974). Fotografía de Diálogo con Vargas Llosa, por Ricardo A. Setti (Editorial Kosmos, 1988).