Dicen
que año nuevo, vida nueva. Dicen también que, después de unas elecciones, viene
un cambio en el gobierno, que los ministros ponen sus cargos a la orden, que el
Presidente, o Gobernador, o Alcalde, reelecto o con el cargo por estrenar, se
juramenta ante la Asamblea Legislativa correspondiente y comienza un nuevo
gobierno, al menos en lo formal. Y dicen que La Constitución es el cuerpo de
leyes que la sociedad en su conjunto está dispuesta a respetar, cuyo guardián
en una democracia es, en última instancia, el Tribunal Supremo Judicial, o la
Corte Suprema, o como se llame en cada país.
Aquí,
en estas tierras desoladas, todo es diferente. La incertidumbre se hace
presente en todos los ámbitos: el presidente sigue enfermo pero nadie informa si
podrá tomar posesión en algún momento o
si solo estamos esperando un desenlace fatal. Está tan delicado que no puede
venir a juramentar su cuarto mandato. Está tan enfermo que sus acólitos quieren
retorcer lo que dice la Constitución para buscar los silencios, las omisiones
que en cualquier otro país son lógicas: no dice que tiene que ser en Venezuela,
puede juramentarse en una embajada, no dice que tiene que estar vivo, puede
juramentarse su fantasma, su sombra, su espíritu que está con nosotros.
Los
voceros aprovechan la palestra para insultar a la oposición, como si esta tuviera
la culpa de la enfermedad del líder, como si el acto de juramentación el 10 de
enero fuese un invento. Si hay alguien a quien culpar, es a ellos mismos, que
desatendieron la condición del presidente y lo lanzaron en la cruzada de la
reelección, agravando su estado y empujándolo a esta crisis.
Ayer,
la presidente del TSJ, Luisa Estela Morales, dio la estocada final al tema de
la juramentación que debía ocurrir el día de hoy: por argumento de continuidad
administrativa no hace falta juramentarse, “no hay ni siquiera falta temporal
del presidente”, dijo. Todo sigue igual, el país sigue esperando a que el
presidente venga a tomar posesión en algún momento, “cuando pueda”.
Se
le otorga un permiso por ausencia que no se califica de permanente ni de
temporal sino todo lo contrario. Chávez reposa en una cama en algún hospital de
La Habana y Venezuela entera sigue en el pasillo, esperando. No se toman
decisiones, se postergan compromisos, desfilan ministros, diputados,
presidentes de otros países para proclamarse “hijos de Chávez”. El canal del Estado
nos inunda de propaganda, insiste en una campaña para convencernos de que todos
somos Chávez. “Chávez soy yo”, repiten sus seguidores, llorando y abrazándose.
Sí,
este nuevo año hay un nuevo orden. El aire de La Habana trae a Caracas un vaho
que recorre todas las instituciones, destruye las estructuras y la legalidad
hasta ahora tambaleante; el tumor maligno crece ya sin obstáculos, sin pudor.
Nace una religión política con el hombre todavía en su lecho de hospital,
oliendo a pus y a formol.
Nos
toca, tanto a los líderes de la oposición como a los ciudadanos, revisar
nuestras propias organizaciones y reanimar nuestras acciones de cara a estas
nuevas realidades, para seguir en el camino de construir un espacio diferente.
(Escribo
esto mientras oigo los Sukhoi sobrevolar la ciudad. El ruido de una guerra
contra nosotros mismos).
Caracas,
10 de enero de 2013