La semana pasada tuve la oportunidad de asistir al acto que, en pro de la Unidad Nacional, se realizó en el hotel Ávila en Caracas. Los diversos actores enfatizaron que estamos por primera vez ante un punto de inflexión, donde la oposición unida pudiera ganar las elecciones del próximo 26S. Todas las encuestas, incluyendo aquellas que tradicionalmente han apoyado el gobierno, dan resultados similares: el chavismo, por primera vez en once años, es una minoría a nivel nacional. De ahí a que eso se traduzca en votos duros, para que la oposición gane la mayoría de la Asamblea Nacional, falta todavía un trecho difícil de transitar.
Mientras escribo esto se me hace difícil creerlo y mucho más ponerlo en blanco y negro, quizá por la costumbre de pensar que podemos ganar, para luego caer en la realidad de que, aunque hemos ido avanzando, todavía somos minoría en el país. Quizá también por uno de los conceptos que Teodoro señaló en su discurso, que me llamó mucho la atención: la desesperanza aprendida.
Este es un concepto relativamente moderno, asociado a una nueva tendencia psicológica llamada Psicología Positiva, desarrollada por Martín Seligman, de la Universidad de Pensilvania en Estados Unidos. La desesperanza aprendida es la pérdida de motivación, de la esperanza de alcanzar los sueños, es la renuncia a toda posibilidad de que las cosas salgan bien, se resuelvan o mejoren. Es un estado al que arribamos cuando algún factor externo, que detenta poder sobre nosotros, nos induce a pensar que, hagamos lo que hagamos, nunca podremos alcanzar nuestras metas, no podremos controlar nuestro destino, que ese ente externo tiene poder absoluto, irrevocable y permanente.
Nuestro presidente, en sus múltiples apariciones por cadenas nacionales ─aparte de asfixiarnos con su abusiva e ilegal campaña anticipada, tratando de rescatar sus votos perdidos─, lo que quiere lograr es amedrentar y apabullar a la gente que no está de acuerdo con su forma de gobierno. La idea es que este sector de la población pierda la capacidad de movilización, de resistencia. En dos platos, que no podamos vernos a nosotros mismos como una opción de triunfo, con probabilidades altas de éxito en lograr el cambio que queremos como país.
Al conversar con personas de diversos sectores, quienes tradicionalmente han sido luchadores y optimistas, creyentes en la posibilidad de un cambio, he encontrado que efectivamente pareciera rodearnos un aura de pesimismo más allá de lo racional, explicable quizá por este fenómeno de la desesperanza aprendida. El abuso constante de las leyes, la impunidad de la delincuencia, la indiferencia ante la aberración que significa la pérdida de miles de toneladas de alimentos, el estado de deterioro de la infraestructura en todo el país, ha hecho que la gente se haya arrinconado, bajado los brazos sin hacer sentir su protesta necesaria.
Entendiendo este fenómeno, concientes de esta situación, tenemos que reorganizarnos y ocupar nuestros espacios. Espacios que nos pertenecen a todos. Espacios de optimismo y de fe en el futuro, desde donde podamos definir proyectos concretos, que ayuden a cambiar el rumbo de nuestro país.
En este sentido, tenemos un ejemplo que aplaudir: el esfuerzo incansable de Antonio Ledezma frente a la Alcaldía Metropolitana. La pasada “Semana de Caracas” Ledezma, junto con otros alcaldes de Caracas y con su equipo de trabajo, presentó a la ciudad por primera vez en casi veinte años, un plan estratégico de largo plazo: Caracas 2020. Un proyecto que fue elaborado con la concurrencia de muchos de los profesionales y técnicos venezolanos que todavía están en el país. Un logro que ahora tenemos que defender y hacer realidad, cada quién desde su área de acción. Esta y otras iniciativas son las que verdaderamente nos van a ayudar a cambiar el país.
Porque no se trata solo de sentarse a esperar las elecciones y decir que participo porque salí a votar. Se trata de revisar qué es lo que estoy haciendo en el medio donde me desenvuelvo para apoyar el cambio, para buscar la construcción de la sociedad que quiero para mis hijos, para mis nietos. Y al participar en un proyecto, en alguna iniciativa por pequeña que sea, estaremos dejando atrás la desesperanza, transformándola en una posibilidad de éxito. Estaremos aprendiendo a reevaluar la situación en busca de ángulos positivos desde donde podamos actuar, estaremos llenándonos de fuerza para salir adelante a representar una alternativa nueva. El camino es difícil, con muchos obstáculos, pero es un camino que inexorablemente habrá que transitar.
Caracas, 28 de julio de 2010
Mientras escribo esto se me hace difícil creerlo y mucho más ponerlo en blanco y negro, quizá por la costumbre de pensar que podemos ganar, para luego caer en la realidad de que, aunque hemos ido avanzando, todavía somos minoría en el país. Quizá también por uno de los conceptos que Teodoro señaló en su discurso, que me llamó mucho la atención: la desesperanza aprendida.
Este es un concepto relativamente moderno, asociado a una nueva tendencia psicológica llamada Psicología Positiva, desarrollada por Martín Seligman, de la Universidad de Pensilvania en Estados Unidos. La desesperanza aprendida es la pérdida de motivación, de la esperanza de alcanzar los sueños, es la renuncia a toda posibilidad de que las cosas salgan bien, se resuelvan o mejoren. Es un estado al que arribamos cuando algún factor externo, que detenta poder sobre nosotros, nos induce a pensar que, hagamos lo que hagamos, nunca podremos alcanzar nuestras metas, no podremos controlar nuestro destino, que ese ente externo tiene poder absoluto, irrevocable y permanente.
Nuestro presidente, en sus múltiples apariciones por cadenas nacionales ─aparte de asfixiarnos con su abusiva e ilegal campaña anticipada, tratando de rescatar sus votos perdidos─, lo que quiere lograr es amedrentar y apabullar a la gente que no está de acuerdo con su forma de gobierno. La idea es que este sector de la población pierda la capacidad de movilización, de resistencia. En dos platos, que no podamos vernos a nosotros mismos como una opción de triunfo, con probabilidades altas de éxito en lograr el cambio que queremos como país.
Al conversar con personas de diversos sectores, quienes tradicionalmente han sido luchadores y optimistas, creyentes en la posibilidad de un cambio, he encontrado que efectivamente pareciera rodearnos un aura de pesimismo más allá de lo racional, explicable quizá por este fenómeno de la desesperanza aprendida. El abuso constante de las leyes, la impunidad de la delincuencia, la indiferencia ante la aberración que significa la pérdida de miles de toneladas de alimentos, el estado de deterioro de la infraestructura en todo el país, ha hecho que la gente se haya arrinconado, bajado los brazos sin hacer sentir su protesta necesaria.
Entendiendo este fenómeno, concientes de esta situación, tenemos que reorganizarnos y ocupar nuestros espacios. Espacios que nos pertenecen a todos. Espacios de optimismo y de fe en el futuro, desde donde podamos definir proyectos concretos, que ayuden a cambiar el rumbo de nuestro país.
En este sentido, tenemos un ejemplo que aplaudir: el esfuerzo incansable de Antonio Ledezma frente a la Alcaldía Metropolitana. La pasada “Semana de Caracas” Ledezma, junto con otros alcaldes de Caracas y con su equipo de trabajo, presentó a la ciudad por primera vez en casi veinte años, un plan estratégico de largo plazo: Caracas 2020. Un proyecto que fue elaborado con la concurrencia de muchos de los profesionales y técnicos venezolanos que todavía están en el país. Un logro que ahora tenemos que defender y hacer realidad, cada quién desde su área de acción. Esta y otras iniciativas son las que verdaderamente nos van a ayudar a cambiar el país.
Porque no se trata solo de sentarse a esperar las elecciones y decir que participo porque salí a votar. Se trata de revisar qué es lo que estoy haciendo en el medio donde me desenvuelvo para apoyar el cambio, para buscar la construcción de la sociedad que quiero para mis hijos, para mis nietos. Y al participar en un proyecto, en alguna iniciativa por pequeña que sea, estaremos dejando atrás la desesperanza, transformándola en una posibilidad de éxito. Estaremos aprendiendo a reevaluar la situación en busca de ángulos positivos desde donde podamos actuar, estaremos llenándonos de fuerza para salir adelante a representar una alternativa nueva. El camino es difícil, con muchos obstáculos, pero es un camino que inexorablemente habrá que transitar.
Caracas, 28 de julio de 2010