Mi papá nos
llevó a ver el Mio Cid en el Cine Ávila, por allá en los años sesenta, cuando la
televisión era en blanco y negro y la pantalla grande de los cines reflejaba
toda la belleza del color y la imponencia de Hollywood: el montaje de las escenas,
las batallas, los trajes, los maquillajes, los grandes actores. Rodrigo Díaz de
Vivar era interpretado por Charlton Heston, y Doña Ximena era la magnífica
Sofía Loren.
Con los años me
enteré que esa historia estaba basada en una vida real, que ese Rodrigo
existió, que fue desterrado de Castilla y que se hizo de un ejército para sacar
a los moros de Valencia, hasta que lo logró. Solo entonces el rey Alfonso reconoció
sus victorias, le quitó el destierro injusto y lo nombró Señor de la ciudad.
El momento que
más recuerdo de la película es la última batalla, cuando todo parecía perdido y
Rodrigo, agonizando, decide salir al campo, convence a su paje para que, aún muerto,
lo vista de caballero, lo amarre al caballo y a su lanza y lo haga salir a
pelear. Construyen una armadura para sostenerlo sobre la montura, un traje que
resalte sus banderas, lo rodean sus más fieles vasallos y sale el Cid al fulgor
de la batalla.
La figura del Cid
hace que los moros retrocedan, desconfíen de sus propias encuestas, digo,
espías, y solo ven la cara hinchada del líder, las horas que se queda montado
en su caballo, la imagen al parecer activa de Rodrigo. Huyen despavoridos.
El domingo
pasado fuimos testigos de una marcha sin precedentes: una avalancha de gente
que estaba toda unida para apoyar al candidato joven, al nuevo. A diferencia
del pasado, donde las consignas eran de rabia y de protesta, en esta los
mensajes eran positivos, de fe en el futuro. Pero la mayor y más importante
diferencia fue la pluralidad de la gente: había personas de todas las
urbanizaciones y barrios de Caracas, de diferentes gremios y clases sociales,
representaciones de la mayoría de los estados del país, militantes de las
treinta y tres organizaciones que apoyan al candidato de la unidad, en fin,
había un colorido maravilloso.
Al día
siguiente, en cambio, vimos al candidato del gobierno, repetido, desgastado,
que quiere hacer de todos los héroes del pasado su propia imagen: es Bolívar y
Cristo, es Zamora y Fidel, el candidato invencible, el único, el eterno. Su
estrategia parece la misma que la de Rodrigo. En esta tierra sedienta de héroes
tenemos nuestra propia fábrica de mitos y leyendas, y tener un Cid criollo
sería, como mínimo, pintoresco.
Pero nosotros,
los que queremos un cambio, no somos moros, ni traidores, ni nada de esos
epítetos con los que nos nombran. Somos ciudadanos del mismo país, con los
mismos derechos inalienables. Así que tenemos que salirle al paso a los
rumores, a los fantasmas del pasado, a la desesperanza que algunos parecieran
tener. Las guerras solo se ganan en el campo de batalla, peleando hombro a
hombro, casa por casa, voto por voto. Y el domingo ya comenzamos a ver los
frutos, la fuerza del cambio.
Caracas, 15 de
junio de 2012