Regresé
a Caracas después de algunos meses fuera. Ya pasaron las barricadas, las
protestas, las bombas lacrimógenas y los tiroteos, los incendios y los gritos;
quedaron los muertos, los presos y una amargura espesa en el aire. Caracas
respira una calma aparente, la gente huye de vacaciones o se esconde detrás de
la rutina, baja los ojos para no ver la basura que se amontona en cada rincón
de cualquier municipio, espera con resignación en las colas ya habituales para
comprar carne, medicinas, Harina Pan o aceite. No se comentan los secuestros, ni
los muertos del fin de semana, la realidad consiste en la versión oficial de lo
que sucede, los medios no hacen sino publicar propaganda del gobierno y echarle
la culpa a la oposición de todo: desde la corrupción hasta el precio de la
gasolina, desde la inflación hasta el contrabando.
Por
otra parte, los dirigentes de la oposición no terminan de ponerse de acuerdo en
una estrategia de lucha, en una misma semana saltan diversas vías, ninguna
mejor que la otra, mientras el país se hunde sin dirección y sin visión de
cambio. Y ante esta falta de perspectiva, lo que está ocurriendo es que
seguimos perdiendo talentos. Ante la inflación, la escasez y los controles
crecientes, la inseguridad instaurada y la falta de oportunidades de calidad,
cada vez más venezolanos, jóvenes y no tan jóvenes, buscan afuera ese futuro
que no ven en el país. Muchos se van con los pies pesados, quizá voltean a
mirar hacia atrás mientras hacen maletas y venden los carros, por si a alguien
se le ocurre algo mejor y logran encontrar una buena excusa para quedarse.
Revertir
esta situación no es cosa fácil. Es necesario lograr trasmitir que el cambio es
posible y factible, que podemos trabajar desde ya en mejorar nuestro entorno. Los
dirigentes de la política opositora deben saldar sus diferencias, dejar a un
lado los egos y actuar hacia la consolidación de una base popular de apoyo al
proyecto democrático. No hay mejor constituyente que tomar la Asamblea Nacional
por asalto de votos, que arremangarse y retomar el casa por casa en todas las
ciudades y pueblos, que convocar a los partidos, a las organizaciones civiles y
a los ciudadanos para apoyar ese esfuerzo evangelizador que significa ganarse
más voluntades para el lado de una nueva democracia participativa, incluyente.
Los
vientos que soplan son de tormenta y hay que apertrecharse, aferrarse a la
brújula y tomar el timón con firmeza, hay señalar el rumbo. Si no sabemos a
dónde vamos, si no lo comunicamos claramente, seguirá la desbandada, pues el
Ávila ya no basta.
Caracas,
27 de agosto de 2014