El
mes de enero tiene sus rutinas incorporadas, eso de hacer el balance, los
planes para el año que comienza, los exámenes de control, arranque de
presupuestos y cierre de años fiscales. Para muchos, es también el momento de
presentar la fe de vida, un requisito insalvable para los que están jubilados y
reciben algún tipo de pensión.
Esa
fe de vida, que para algunos es solo entrar en una oficina, saludar a las
secretarias y quizá llevarles algún recuerdito, pasar al mesón donde está el
cuaderno y firmar, para otros puede ser un via
crucis. Sé de profesores que han tenido que ir aún cuando en ese momento
estaban hospitalizados, con tapaboca y enfermera al lado, para firmar el
cuaderno, con el objeto de no faltar a los plazos. No firmar es siempre un
costo mayor, es entrar en una burocracia más allá de la institución que te
otorga la pensión, caer en las garras del Estado que niega tu existencia aún
cuando seas tú mismo quien te presentas a hacer todos los trámites.
Hay
sin embargo una fe de vida que nadie pide, pero que se está tragando nuestra
sociedad en una espera tensa, en un impasse que es aprovechado por el gobierno
de continuismo para seguir con sus desmanes.
Hay
un trámite que cumplir y que el gobierno no ha cumplido, está en falta. ¿Será
mucho pedir que de el ejemplo? ¿Qué se cumpla con la ley? ¿Que no se comporten
como los secuestradores de las FARC cuando niegan pruebas de vida del
secuestrado a sus familiares? ¿Será que nosotros como sociedad no tenemos
derecho a saber dónde estamos parados? ¿Será que vamos a quedarnos de brazos
cruzados esperando, a ver hasta dónde estiran la cuerda antes de que se rompa?
7
de febrero de 2013