…salir a la calle y ver a la gente con otra cara, distendida, sonriente. El lunes, cuando venían Pedro y Carmen a trabajar en mi casa, hubo el usual congestionamiento en el metro, los mismos estropicios que se han hecho normales para los usuarios, los trenes parados. Esta vez, me cuentan ellos, los pasajeros esperaban pacientemente, pues había una diferencia: la espera ahora tiene fecha.
Cuando llegaron a mi casa su entusiasmo era inocultable. “No, señora Angélica, eso no es todo: pa octubre hay más.” ¿Y eso?, pregunté con curiosidad. “Fíjese por ejemplo, mi mamá y mi hermana están en un refugio porque perdieron la casa con las lluvias, y las amenazaron, que si por asomo las veían en la cola para votar, las iban a borrar de la lista para la casa. Usté sabe, uno tiene que esperar porque la casa es la casa, pero ellas van a votar en octubre, eso sí.”
Sí, la casa es la casa. Todo este tema de la vivienda ha sido uno de los problemas más álgidos y más politizados de la agenda de este gobierno. La invasión a la casa es ya un ataque personalizado, es la violación del espacio individual en lo mas cercano. La casa alberga el ensueño, la casa protege al soñador, la casa nos permite soñar en paz, nos recuerda Gastón Bachelard. Y por eso la defendemos a capa y espada, por eso soñamos con ella cuando la perdemos, por eso nos callamos para protegerla y nos volvemos unas fieras, también para protegerla.
Durante estos últimos años hemos sabido de robos, de expropiaciones y de pérdidas por inundaciones. Las víctimas se han hecho sentir a su manera, poniendo rejas y alarmas en unos casos, reclamando sus derechos en otros, inscribiéndose en las misiones del gobierno que otorgan viviendas, en los demás. Pero lo cierto es que todos buscamos un hogar donde podamos soñar, donde podamos descansar y sentirnos seguros.
Por el sueño de ese hogar, de ese país que es Venezuela, tres millones de venezolanos salimos a votar el domingo. Para reconstruir la casa y hacer habitaciones nuevas, donde quepan todos. Para demoler las cloacas que ya no sirven y montar sistemas nuevos que se lleven la podredumbre, la enfermedad y la desidia. Esas casas serán nuestro nuevo refugio. La casa es nuestro rincón del mundo, y ese rincón es el que comenzamos a arreglar el domingo. Salimos a votar desde un gran numero de ciudades, a decidir qué queremos para el futuro. Salieron los jóvenes, que sonreían y gritaban con júbilo al ver un triunfo que también les pertenece. Y, como me decía Pedro, falta que hablemos todos los que queremos un futuro diferente. Pero eso ya vendrá, para eso nos tocará seguir trabajando. Mientras tanto, me provoca parar de escribir y salir a la calle, a ver otra vez la sonrisa de la gente.
Caracas, 15 de febrero de 2012
viernes, 17 de febrero de 2012
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