Sé
que debería escribir algo que tenga que ver con las elecciones primarias del
domingo que viene, con la necesidad de que todos salgamos a votar y a apoyar
este proceso de unidad nacional. Sé que también debería escribir algo para condenar
las cosas que pasan en el país, como eso de que el presidente haya organizado
un desfile “cívico-militar” para celebrar un golpe de estado. Todos pudimos ver
en la transmisión en cadena a estudiantes uniformados marchando en escuadras
perfectas, tanques y helicópteros haciendo gala de disciplina y fuerza, cuyas
imágenes no tienen otro parangón que los desfiles de las fuerzas nazis, amén de
tener que escuchar un discurso dirigido a amedrentar a todo aquel que ose no
apoyar a este gobierno y su revolución.
Sin
embargo, estoy segura que las primarias van a ser un éxito a nivel nacional a
pesar de todas las amenazas, y que a partir de ese día nos tocará trabajar para
garantizar que se el proceso electoral sea lo más transparente posible y que se
cumpla la voluntad de la gente el día 7 de octubre.
Así
que me voy a dar el lujo de contarles que el domingo pasado fui con otros miles
de personas, a la Universidad Simón Bolívar a ver a Elton John. Fue un
paréntesis necesario. Apenas me enteré de que venía a Caracas –es su segunda
vez, pues la primera tocó en un recinto pequeño, donde se vendían entradas muy,
muy caras para una fundación de no me acuerdo qué–, me propuse buscar las
entradas y convencer a mi hijo para que me acompañara.
No
sé si ustedes han tenido la experiencia de ver a un ídolo de la adolescencia.
Yo nunca me planteé verlo en persona, pero ya que se daba la oportunidad, no
dude en ir. Nos fuimos temprano, pues en las gradas no hay puestos numerados, y
reservamos un espacio bueno, por donde pasaban a cada rato vendedores de todo
tipo de cosas: pizzas, tequeños, whisky, nestea,
refrescos, cotufas. Parecía un juego de beisbol, o un circo. Mi hijo,
acostumbrado a asistir a los conciertos de rock, me explicaba que eso es normalmente
así. Mi hermana y mi cuñado en cambio estaban en su territorio.
Cuando
apareció Elton John la gente comenzó a gritar. Yo, la verdad, estaba como en un
éxtasis, flotando. No me importaba lo que tocara, el solo saber que estaba ahí,
a pocos metros, y escuchar su voz cálida dando las gracias en español y
tocando, me transportó a mis años de bachillerato, encerrada con mis amigos en
algún cuarto dizque estudiando, me vino la imagen de la carátula de sus
álbumes, la locura de sus disfraces, la estridencia de su voz hace treinta
años. Yo tenía que escucharlo casi a escondidas, el rock no era una música
bienvenida en la casa Alvaray, donde la música clásica y los artistas
venezolanos tenían no solo la preferencia sino la supremacía sobre cualquier
otro género.
No
todos los días se tiene el chance de ver a un ícono de la música como Elton
John en persona, cantando las canciones nuevas y las de siempre, tocando el
futuro y el pasado. Me imagino que para un artista debe ser muy difícil esa
esclavitud que le impone el público al tener que referirse siempre a sus obras
pasadas, tener que complacer a tanta gente que quiere reconocerse en Good Bye Yellow
Brick Road, en Daniel, en Saturday Night o en
Your song. Quieres seguir adelante pero
el pasado te encadena, y terminas el concierto con las mismas canciones, aplaudido
a rabiar por un público que no se cansa. Eso también les pasa a los escritores
y a los poetas, llamados a recitar una y otra vez los mismos versos, que ya
estarán rancios o como mínimo vencidos, y no significan lo que fueron hace años.
El artista necesita hacer otros versos, nuevos, brillantes, frescos. Elton
metía una y otra vez una canción nueva, from
my new album, decía orgulloso, mientras tratábamos de reconocer
los acordes de Crocodile Rock o de Honky Cat, o volvíamos a llorar con Sorry Seams To Be The Hardest
Word.
Poder
pararse y gritar de alegría, poder celebrar la belleza, poder aplaudir la
trayectoria de una vida, eso fue lo que nos brindó Sir Elton este domingo. Eso
es lo que necesitaba hacer. Y creo que eso nos hace falta como país, poder
aplaudir las cosas buenas, las nuevas y las viejas, las que nos hacen crecer y
ser mejores personas, mejor sociedad. Por eso este domingo tenemos que ir todos
a ese otro concierto, a aplaudir la fiesta democrática de la unidad que tanto
nos ha costado.
Caracas,
9 de febrero de 2012