Los
héroes no son solo héroes porque están muertos. Hay hombres que hicieron algún
acto valiente, sublime, que cambió el curso de la historia de su país y la vida
les dio la oportunidad de seguir de incógnito, detrás de trabajos normales, de
roles de padres, abuelos, viejos retirados.
Exequiel
fue uno de esos héroes, escondido en el anonimato de una vida normal. Llegó
expulsado de un país que se agrietó de un golpe, que encarceló y torturó a sus
jóvenes, que se tragó a muchos hombres y mujeres, desaparecidos para siempre.
Llegó con la rabia del exiliado, con la tristeza del exiliado, con la
frustración de lo perdido y la incertidumbre de lo desconocido, pero también
con el tesón y la determinación de salir adelante. Poco a poco se fue haciendo
camino en esa Venezuela que era un abrazo cálido, una mano tendida, una casa
abierta a recibirlo, a acogerlo a él y a su familia, dispuesta a darles raíces
y certezas.
Pasó
de ser un muchacho de 26 años, economista, desempleado, a ser un empresario
exitoso, y cuando tuvo el chance de devolverse a su Chile añorada no lo hizo,
dijo que había quemado las naves en Venezuela, ya era un hombre diferente.
Amasó junto con María Cristina una fortuna familiar de cuatro hijos y seis
nietos, cultivó cuarenta años de amistades, de logros profesionales y de
afectos personales.
El
proceso de cambio político de Venezuela nunca lo engañó. Al principio estaba
quizá un poco desconcertado, al darse cuenta que esta vez la historia lo había
conseguido parado en la otra orilla, como si se cerrase un círculo de vida. Se
dedicó entonces a levantar diques y defensas para no perder lo construido, a fabricar
el Arca de Noé dónde todos nos montaríamos algún día, cuando fuera necesario. Él,
que soñaba con barcos y veleros, decidió a última hora hacerse el Capitán
Araya, dejarnos el barco listo para ponernos a salvo y saltar a otra playa, más
lejana, desconocida, inasible.
Exequiel
fue ante todo un compañero leal, una persona íntegra, honesta, un socio
ejemplar, un abuelo cariñoso y cercano, un amigo excepcional. Y fue todo eso
sin hacer bulla, de bajo perfil, así como quiso irse hoy, sin velorios ni
esquelas. Pero no puedo dejar de despedirte, gordo, sin escribirte algo, sin
contarle al mundo que tú eras el verdadero héroe anónimo, que te escondías
detrás de tu cara bonachona y feliz, y en el fondo peleabas todas las batallas
diarias, todas las luchas domésticas y difíciles que hacen posible que sigamos adelante.
Diste
la cara por tus valores y por tus principios, y el destino te dio la
oportunidad de seguir vivo, que no le dio a muchos de tus compañeros. Fuiste
feliz, aunque recordaras diariamente ese pasado, cuando saliste a defender esos
bastiones nuestros, que abogan por un mundo más justo, más humano, donde podamos
vivir dignamente. Gracias a ti hoy vuelven a estar abiertas las anchas alamedas
y tus nietos han podido pasearse en ellas con la frente en alto. Tus amigos
venezolanos tenemos una deuda contigo, pues nos ayudaste a construir este país
que queremos tanto y nos toca ahora defenderlo de los monstruos que se comen el
futuro.
Estar
lejos duele, pero no nos impide recordarte, rendirte homenaje, darle gracias a
la vida porque tuvimos la oportunidad de conocerte, de aprender de ti, de
recibir tu cariño y tu apoyo. Darte gracias por habernos hecho la vida mejor,
más bonita, más alegre.
La
Gucha
24
de junio de 2014