Hace unas pocas semanas leí en la
prensa que se murió el Doctor Francisco Belisario Navarro y recordé de
inmediato cuando mi abuela me llevó al consultorio de un señor viejo y serio,
que me iba a examinar para ver si los dolores de cabeza eran de la vista. “Claro,
doctor, ¡es que esa niña se la pasa leyendo!”, le dijo mi abuela, como si yo
fuera la culpable de mis males. Antes, mientras esperábamos afuera, la oí
decirle a una señora que ese Belisario era una eminencia. A mis diez años no
sabía todavía que significaba ser una eminencia. Solo supe en ese momento que
el doctor me midió la cara, me puso unos lentes raros y ponía y quitaba unos
cristalitos hasta que en la pantalla donde él decía que habían letras aparecieron
unas garrapatas que se transformaron en A P Z B, como si el doctor fuera un
mago que lograra hacer salir cosas de la nada.
Más tarde, cuando me dieron mis
lentes, descubrí no solo la caligrafía nítida de mi maestra, sino que las
manchas negras en el cielo eran realmente pájaros, y que de verdad -no solo en
los libros- había estrellas en la noche. Ese señor Belisario quizá no se
imaginó -o seguramente que sí y por eso había escogido esa profesión- cómo me
cambió la vida después que tuve mi primer par de lentes. Pasé a ser una persona
con doble personalidad, una especie de Clark Kent pero al revés: con lentes
tenía superpoderes y mi fragilidad se escondía detrás de ellos.
Con los años descubrí que el
Doctor Belisario, a la par de construir una clínica privada de alto nivel como
lo es hoy la Clínica para Enfermedades de los Ojos, en el año 84 fundó junto
con su esposa el Instituto Popular para los Ojos, dirigido a atender a la gente
de menores recursos. Esa iniciativa siempre me llamó la atención, pues combinaba
la atención a una población desprotegida por el colapso de los servicios
públicos en el país, con la creación de un centro de investigación y docencia
que hoy en día es reconocido como modelo de atención médica integral a nivel
internacional.
El doctor Belisario no esperó que
el gobierno le diera dinero para fundar una clínica y tener un impacto mayor
sobre una población de bajos recursos. Todo lo contrario, su labor como
ciudadano consistió en crearse un espacio para contribuir a mejorar las
condiciones de vida de sus vecinos, de su ciudad, de su país. Esta forma de
entender el ejercicio de la propia profesión es en sí mismo un ejemplo a
emular, que nos podría servir como base para hacer los cambios que requerimos
como sociedad, no solo en el sector de la salud sino en otros sectores.
¿Se imaginan si pudiéramos
canalizar el esfuerzo de nuestros ingenieros, médicos, odontólogos, en empresas
similares? Que la sensibilidad social no sea monopolio del Estado, o de algunos
en el gobierno que quieran transarla permanentemente por votos. El doctor
Belisario nos mostró un camino viable para contribuir de manera activa al
mejoramiento de la sociedad. El mejor homenaje que podemos hacerle es usar esos
nuevos lentes para ver el país posible, ese que podemos reconstruir.
Caracas, 23 de febrero de 2012