Ayer
escuché el discurso de Obama en el Teatro de La Habana. Los 35 minutos
completos. Fue un discurso memorable. Transmitido en cadena nacional de radio y
televisión ante un país que no está acostumbrado a que una persona diga lo que
piensa.
No todo
el mundo sabe lo que es vivir en un encierro como el que ha vivido Cuba por más
de 50 años. Lo podemos decir los venezolanos, que llevamos varios años con una
represión creciente de la libertad de información. Todavía recuerdo el asombro
de mi hijo hace dos años, cuando se transmitió en vivo el famoso diálogo entre
el gobierno y la mesa de unidad, que solo duró esa sesión: fue la primera
oportunidad que tuvieron los jóvenes del país de ver algo parecido a un debate
por televisión.
Así que
ver a Obama hablar por la calle del medio en el Teatro de La Habana, en un
discurso que fue transmitido en vivo por la televisora nacional cubana, debe
haber sido todo un acontecimiento en ese país. Sobre todo porque no se limitó a
hacer un discurso político ideológico, sino que realmente aprovechó para
hablarle a la gente, al cubano de a pie.
“Cultivo
una rosa blanca”. Obama abrió su discurso con el verso de Martí para subrayar
la ofrenda de paz y amistad que hizo el poeta a amigos y enemigos. Se tomó el
trabajo de subrayar sus palabras con frases en español perfectamente
calculadas: “Creo en el pueblo cubano”, dijo un par de veces en español claro y
audible, “El futuro de Cuba tiene que estar en las manos del pueblo cubano”
dijo casi al final. Me imagino las caras de asombro, de desconcierto, de
emoción, de incomodidad y de alegría, todas esas cosas juntas, en las casas,
ante los televisores, en los bares, en las radios, las caras de la gente que
estaba presente y que aplaudía con retardo, con el rezago que causaba la espera
de la traducción al español, o quizá la búsqueda de aprobación para
hacerlo. Se ve que dudaban darse permiso
para mostrar alegría, como sucedió con uno de los presentes que miró a un lado
y luego a otro antes de atreverse a aplaudir de pie, cuando Obama señaló que
había solicitado al Congreso de Estados Unidos el cese del embargo.
Señaló las
cosas comunes de ambos países, tanto en su historia como en su presente, sin
negar las grandes diferencias entre los gobiernos. Se dio el permiso de decir
lo que pensaba, de contar su propia historia que, dentro de todo, ratifica el
sueño americano pues él, hijo de un negro de Kenia y una mujer blanca de
Kansas, pudo llegar a ser el presidente de la mayor potencia del mundo. Él, un
negro en un país donde todavía el racismo hace estragos, donde todavía no se
cierran las heridas, logró llegar al tope del poder y salir (como lo hará) con
la frente en alto por la tarea bien cumplida.
“I know the history, but I
refuse to be trapped by it” (Conozco la Historia, pero me niego a dejar que me encierre), nos dice
antes de comenzar a enumerar los valores en los que él personalmente cree y
practica. Predicar con el ejemplo propio es algo que debemos agradecerle. Podemos
o no estar de acuerdo con sus políticas, con sus decisiones (e indecisiones),
con su método de búsqueda de consenso hasta en momentos inapropiados, pero no
podemos dejar de reconocer su honestidad y la defensa de los valores que
enunció en su discurso –igualdad ante la ley, derecho a la educación, salud y
vivienda, derecho a la libertad de expresión, a la libertad de culto y a la
libre elección del gobierno–, valores que yo en lo personal suscribo
ampliamente. Cada vez menos políticos pueden subirse al estrado del mundo y
hablar con sinceridad y credibilidad. Como triste ejemplo está Lula, quien se
desmorona cada día como la figura que fue, defensora de bastiones de mejora
social y que ahora pasa a la larga lista de corruptos y corruptores que abundan
en la política de nuestros países.
Obama nos
regaló un espacio de la política posible, esa de mirar más arriba de lo mundano
y exigirse como individuo la defensa de los valores, de las creencias. No
esperar a que el gobierno haga, sino exigir al gobierno lo que debe hacer.
Gracias a eso, decía, gracias a las luchas de los ciudadanos norteamericanos,
de Martin Luther King y sus predecesores, él era el presidente de los Estados Unidos.
“Creo en
el pueblo cubano”, insistió, en español. Porque la gente es la que cambia las
sociedades, y mientras la gente no cambie, los gobiernos seguirán haciendo lo
que el poder y la ambición les dicte. Yes we can, decía su eslogan en la
primera campaña. “Sí se puede”, terminó en español.
discurso de Obama original en inglés, 22.03.16
24 de
marzo de 2016