El tiempo se hace infinito cuando
uno quiere que algo llegue pronto. Cuando estábamos pequeños, esperar la
navidad o el cumpleaños se hacía eterno, los meses que faltaban eran tan largos
que, después de lloriquear un poco para ver si estaba en manos de papá o mamá
apurar las cosas, se nos olvidaba un rato, solo para que la ansiedad de la
espera volviera unos días o unas semanas después, con las ganas apremiantes de
tener el juguete nuevo, o de que vinieran los amiguitos a la fiesta.
En Venezuela estamos esperando las
próximas elecciones presidenciales desde hace ya mucho tiempo. Hemos vivido los
últimos diez años de elección en elección, de promesa en promesa; hemos visto
candidatos mudarse de bando, de rol, de discurso. En cada votación a la que
hemos asistido, la oportunidad de cambiar el modelo de gobierno ha ido ganado
terreno: ha surgido un nuevo liderazgo político y hemos abierto espacios de
convivencia en un entorno hostil, donde hasta hace poco ha privado el antagonismo
entre bandos que no se reconocían entre sí, donde ganar era aplastar al
enemigo, como si fuera una guerra.
Cambiar por la vía democrática
significa salir a convencer, a motivar, a convocar a la construcción de un mejor
país. Significa también cambiarnos a nosotros mismos. Dejar a un lado el
resentimiento, ese “te espero en la
bajadita” que a veces se sale de la sonrisita del que se siente ganador o
poderoso; apartar la amargura, la frustración, vencer la duda y la
indiferencia, el recelo de los que ya han votado y se han desilusionado una y
otra vez.
Por fortuna, entre los nuevos
votantes hay un gran porcentaje de jóvenes con ilusiones frescas, recién
salidas del horno, capaces de soñar y ver un mundo más amable. Entre esos
jóvenes está nuestro candidato, que se ha dedicado en cuerpo y alma a recorrer
pueblo por pueblo para convencernos de que ese cambio es posible.
Faltan menos de dos semanas. Parece
una eternidad llegar al siete de octubre, como cuando el equipo de uno está
ganando por un gol de diferencia y faltan los tres minutos del descuento, tres
minutos que se transforman en ciento ochenta segundos individuales e infinitos.
Una eternidad por lo cerrado de la contienda, gana, no gana, gana; las
encuestas son hoy las margaritas de los enamorados, me quiere, no me quiere, no
sabemos si hay suficientes pétalos, si son pares o impares los números.
No son unas elecciones
cualesquiera. Cuando estemos frente a la pantalla de votación vamos a marcar
nerviosos el modelo de país que queremos. Tocaremos un botón, una tarjeta y ganará
el que sume la mayoría de votos. La suerte estará echada, esperaremos en tensa
calma el conteo de los resultados, ejerciendo como ciudadanos responsables la
defensa del voto, dentro de las leyes y la normativa establecida.
Pero todavía hay que descontar
los días uno a uno, cruzar los dedos para que todo vaya bien, para que los
cierres de campaña sean un reflejo de lo que ha sido este proceso y que al
final nos demos como país la oportunidad de tener unas elecciones limpias y un
futuro diferente.
De aquí al siete de octubre,
inciertas condiciones aplican.
Caracas, 26 de septiembre de 2012