El domingo siete fueron los
preparativos de la fiesta, había alegría, nerviosismo, una efervescencia solo
comparable a un treinta y uno de diciembre, al del cambio de siglo, cuando
esperamos el cañonazo con más ansias, que revienten los cohetes, que comience
la celebración. Pero los cohetones que detonaron en Caracas anunciaron otro
triunfo. En mi casa hubo abrazos, sí, pero de duelo; hubo gritos, sí, pero de
rabia; hubo llanto, incredulidad, tristeza.
Poco a poco hemos ido retomando
la rutina, cuesta levantar la cabeza y volver a internarse en la jungla, en
esta Caracas que se me hace hoy tan dura, tan difícil. Pero no podemos caminar
mirando el piso, como muchacho regañado, como si no existiera más esperanza que
la de aguantar, o salir. Ahora es cuando se nos hace necesario levantarse y
andar, fijar la mirada en un punto en el horizonte, tener una dirección, pues
no hay un solo camino, hay muchos que comienzan a develarse: el camino de las
despedidas, de la búsqueda de nuevos horizontes que, por ahora, no nos puede
dar nuestro país; el camino de “tiro tierrita y no juego más”, que quieren
propagar los que quieren ver fantasmas donde no hay; está el camino de la indiferencia,
de la resignación, del abatimiento; caminos borrosos, desdibujados, que se
pierden en la neblina del no saber qué hacer.
Estamos, creo yo, ante una
encrucijada…¿Cuál camino tomo? Parecen igual de tristes, igual de riesgosos,
igual de difíciles. Robert Frost, ese poeta maravilloso, escribió una vez sobre
el camino no tomado, sobre la duda que nos embarga cuando los caminos se ven
casi iguales. Se asomó por uno y oteó el horizonte hasta que se perdía en la
espesura. Luego tomó el otro, el menos transitado, seguro de que haría toda la
diferencia.
La mayoría del país decidió tomar
el camino conocido, el oficial, el que me regala la casa y me da de comer, el
que “me toma en cuenta”. Los que votamos por el candidato de la unidad creemos
en otra manera de hacer las cosas, tenemos otra visión del país. Esa otra
manera representa el camino menos transitado, el más difícil, pues significa ir
por una senda desconocida, sin referencias ni asideros, donde nos toca
construir nuestros propios refugios, probar qué funciona y qué no.
Este nuevo modelo de país que
apenas esbozamos en estas elecciones, se merece un esfuerzo adicional de
construcción. No podemos pensar que solo
con meses de tener un proyecto listo, en un casa por casa breve pero
inolvidable, íbamos a poder torcer el trabajo de catorce años de este régimen.
Nos movilizamos para convencer pero no fue suficiente. Ahora nos toca
preguntarnos: ¿conocemos bien a nuestra gente? ¿Sabemos sus necesidades, sus sueños,
sus miedos?
Cuando Mandela estuvo preso, se
dedicó por treinta años, no solo a organizarse internamente, sino a estudiar a
su oponente –los afrikáneres–, a hablar su lengua, a aprender su historia, sus
mitos, sus costumbres, qué era importante para ellos y qué los motivaba. Cuando
Gandhi dirigió a la India hacia su independencia venía de haber estudiado en
Inglaterra y de haber estado preso en Suráfrica. Conocía no solo la profesión
que ejercía, sino los valores coloniales británicos, sus costumbres, sus leyes,
sus miedos, sus creencias. Así como conocía las de su pueblo.
Cuando escucho a la mayoría de la
gente descalificar al otro por borrego, o porque recibe dinero del gobierno, me
pregunto qué tanto realmente conocemos lo que está pasando en esa Venezuela
profunda. Cuando uno quiere vender una idea, un proyecto, es imperativo conocer
al cliente, qué le gusta, qué le apasiona. Hay que patear la calle. Henrique
Capriles salió a patear la calle en estas elecciones pero, ¿son tres o seis
meses, suficientes?
Creo que nos toca hacer un alto y
volvernos a organizar, no dejar que esos grupos que ya están movilizados
–gremios de profesionales, empleados, estudiantes, obreros– metan retroceso y
sigan por otro camino, o se pierdan, o se salgan por el hombrillo. Se trata de
darle coherencia a esa masa maravillosa de seis millones y medio de venezolanos
que creímos y creemos en una Venezuela diferente.
Ese camino es largo, implica
trabajo, esfuerzo y mucho tino. Y un liderazgo nacional claro. Que convoque a los
jóvenes que participaron para que sigan organizados y produzcan proyectos para
trabajar con las comunidades. Que motive a los profesionales y empleados a
identificar áreas de mejora y señalarlas públicamente. Que pueda exigirle al Estado
el cumplimiento de leyes, el cuidado de los ciudadanos, que reúna a los
diputados con los que contamos y diseñe una estrategia para controlar, aún con
las pocas cifras que da el gobierno, el gasto público, la denuncia de
irregularidades, la exigencia de derechos constitucionales.
Si lo que queremos construir es
un país, el proceso es lento, es un cambio de cultura, y hay que trabajar no
solo para las elecciones, que son, después de todo, un reflejo de lo que se
viene haciendo, sino para ver el largo plazo desde todos los ámbitos.
Tenemos de nuestro lado muchos
aciertos: un liderazgo de oposición unido y con espacios para la concertación,
un líder visible que estuvo a la altura del enorme compromiso que fue enfrentar
al gobierno en esta elecciones, la fuerza de la juventud, el conocimiento y la
preparación que tienen nuestros líderes, una sociedad movilizada.
Nos topamos con una pared, con un
muro que hoy nos parece inexpugnable, pero caramba, hemos abierto grietas. Yo
diría que podemos abrir hasta un boquete. Pero tenemos que levantarnos y andar,
seguir organizados de cara a las elecciones de gobernadores y alcaldes, con la convicción
de que, si todos nos movemos hacia nuestro proyecto, el país debería avanzar.
Seguir en nuestro empeño hará
toda la diferencia…
Caracas, 11 de octubre de 2012