Las palabras griegas, que nos han dado tantas raíces, nos prestan a kalós, bello; éidos, imagen; scopéo, observar; para formar el Kaleidoscopio que es cambio, imágenes dinámicas, diferentes, impresiones personales sobre el mundo.








martes, 11 de diciembre de 2012

Tres años de injusticia

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Hay aniversarios que son como latigazos, duelen, arden, retumban en la mente, en el cuerpo. A pesar de que las cosas a nuestro alrededor se mueven como en un torbellino, no podemos olvidarnos de esos hitos, no podemos dejar que pasen por debajo de la mesa.

Esta semana se cumplen tres años del encarcelamiento de la jueza María Lourdes Afiuni, ocurrido el 10 de diciembre de 2009. Este nuevo aniversario viene con el agravante de la entrevista publicada en el libro del periodista Francisco Olivares, donde la jueza denuncia que fue violada mientras estaba presa en las instalaciones del Internado Nacional de Orientación Femenina INOF. Según su relato, a consecuencia de la violación quedó embarazada, pero tuvo un aborto en la cárcel. Esta situación aparentemente fue notificada en un informe entregado directamente al presidente de la república, por una parte y a la ONU, por otra, pero no sucedió más nada.

Desde que el asunto salió a la luz pública hace unas semanas, el debate se ha planteado en torno a si es necesario que ella haga la denuncia o no ante la Fiscalía; se ha hablado de acusarla por difamación, se le critica por no haberlo notificado en el momento. El verdadero problema, sin embargo, es que si lo sucedido fue real, es necesario identificar y castigar a los culpables, además de tomar acciones para que este tipo de situaciones no sigan ocurriendo.

Puedo entender perfectamente sus razones para haber guardado silencio tanto tiempo: lo allí descrito era tan grave, tan dañino, que no podía volver a nombrarse. Más aún, atreverse a hablar estando todavía en manos del victimario, saber que éste puede volver a hacer daño en cualquier momento, saberse cada vez más vulnerable, sin posibilidades de salir, o de un juicio imparcial, es un estado de absoluta fragilidad. Una verdadera tortura. No puedo volcar en el papel las ganas de vomitar, el rechazo, la frustración, el horror al imaginarme la situación palmo a palmo. Recordé cuando le iban a hacer unos exámenes ginecológicos hace poco más de un año y los guardias querían quedarse en el consultorio, como si fuera un espectáculo gratis, como si ella fuese un animal, una vaca a quien llevan al veterinario, un caballo al que hay que cambiarle la herradura.

Lo sucedido con la jueza Afiuni revela una vez más la total impunidad del delito en Venezuela, la arbitrariedad del sistema judicial, donde los presos no están en manos del Estado, sino de otros delincuentes. Ojalá que su denuncia sirva para cambiar en algo ese entorno y que no pase lo que en la mayoría de los juicios por violación: la víctima aparece como culpable por usar falda corta o por ser bonita, en este caso por ser jueza dentro de una cárcel de mujeres, por estar condenada sin juicio, por haber sido acusada por el poder máximo y llevada a prisión sin el debido proceso.

Hoy escribo para expresar mi solidaridad con las mujeres y hombres que sufren maltratos en las cárceles, para denunciar, mientras podamos, que Venezuela no es una democracia cualquiera. Escribo sobre todo para unirme en apoyo a María Lourdes Afiuni, quien merece todo nuestro respeto y admiración.


Caracas, 10 de diciembre de 2012