El
petróleo, así como muchas de las materias primas básicas, puede ser el origen
de la pobreza. No por sus características intrínsecas, sino por las
consecuencias que trae para las sociedades la (mala) administración de estas
riquezas. El concepto original lo planteó en Venezuela Juan Pablo Pérez
Alfonzo, quien fuera el ejecutor de la política petrolera venezolana y líder
fundador de la OPEP, quien salió decepcionado del manejo que los países daban a
la riqueza petrolera y auguró que el petróleo traería la ruina, que se trataba
de una suerte de peste, del excremento del diablo.
Lejos
estaba Juan Pablo Pérez Alfonso de imaginar la degradación de nuestra sociedad,
hoy inundada por el oro negro. Para él, se trataba de un problema económico,
político, el tener una riqueza como el petróleo podría transformarse en dinero
fácil, fuente de corruptelas de los gobernantes de turno. Imposible visualizar
que la sociedad se convertiría en una gran cloaca, y que ese excremento nos
cubriría de vergüenza y desazón.
El
discurso de Pedro Carreño, quien no merece el tratamiento de señor, mucho menos
diputado, es una muestra extrema del grado de podredumbre que aflora en forma
cada vez más visible en toda la sociedad, pero especialmente en la Asamblea
Nacional. Ese foro, otrora símbolo de la democracia, de la capacidad que teníamos
como ciudadanos para discutir los cambios, denunciar las corrupción, hablarle
al país y a nosotros mismos sobre el presente y el futuro de la nación, se ha
transformado en una plataforma para violar la constitución y para vejar a todo
aquel que no esté de acuerdo.
Hemos
visto golpes físicos, insultos, apropiación de poderes, violación a las normas,
anulación de poderes, silbidos, gritos y aplanadoras, pero lo de esta semana es
de una bajeza indescriptible. El martes 13 de agosto, el discurso de Carreño rebasó
cualquier límite. Nos quedamos sin palabras, sin un calificativo apropiado para
describir el nivel de vulgaridad, lo soez, lo ordinario, lo vergonzoso.
Escribo
esta nota porque no puedo callar ante semejante barbaridad. Porque no quiero
hundirme en este excremento, que ya no es el petróleo sino sus secuelas: la sed
de dinero y de poder que ha dejado, que nos arruina como país física y moralmente,
que nos desgarra por dentro.
Estoy
segura que muchos venezolanos como yo, aborrecen lo que ha sucedido. Espero
que, vengan de donde vengan, alcemos nuestras voces para reconstruir un espacio
de deliberación que se parezca más a lo que nos merecemos como pueblo. Que
podamos recuperar la capacidad de discutir ideas y proyectos de vida en común.
Que recordemos que el respeto es la primera norma de convivencia en las
sociedades civilizadas.
Caracas,
15 de julio de 2013