Se despeja la niebla del mundial de fútbol y saltan a la cara los problemas del país, uno a uno. Todos los días, como una suerte de rutina macabra o tan solo desgastante, conseguimos huellas del desmoronamiento general. Abres el grifo del agua en la mañana y sale amarilla, a veces hasta maloliente. Al principio piensas si será mi apartamento, algún problema con las tuberías, será la lluvia que revolvió todo, hablas con el vecino, con la conserje y te das cuenta de que es un problema común, que pasa cada vez con más frecuencia. A veces hay agua, a veces se va, a veces llega con la calidad inadecuada.
Vas al mercado y ni se diga, no solo observas la escasez de algunos rubros sino la inflación increíble que han tenido en los últimos meses. Se decretó el fin de la crisis eléctrica pero los apagones siguen, sobre todo en el interior del país, como para que no se note.
Abres el periódico y ves, casi sin poder dar crédito a lo que estás leyendo, las noticias de PDVAL. Esas miles de toneladas de alimentos podridos, perdidos por la desidia, la corrupción y la ambición desmedida de funcionarios irresponsables. Todavía se siguen consiguiendo depósitos con leche, avena, carne, toneladas abandonadas en galpones, como cargamentos envenenados. Ves además por televisión la terrible indolencia de la Asamblea Nacional, que se niega a abrir una investigación sobre los hechos.
Dejas la televisión prendida, a un lado, solo para escuchar las cadenas diarias e interminables del presidente, que abre fuego contra la iglesia, contra los empresarios, contra las universidades, contra los países vecinos, vomitando como la muñeca de El Exorcista su lava de insultos y mentiras, para tratar de tapar con esa podredumbre lo que ya no le es posible ocultar.
Para colmo, como si estuviéramos en un gran teatro, ahora se ha dedicado a desenterrar muertos. Primero, la extradición de los “restos simbólicos” de Manuelita Sáenz, acompañados por una serie de actos donde le dan el título de Generala del Ejercito Bolivariano y varias condecoraciones postmortem. Una semana después, la exhumación de los restos de Bolívar, que me negué a ver en vivo y que tuve que hacerlo después en las repeticiones, pues no podía creer lo que me contaban.
Sin contar, por supuesto, la violencia. Que sigue cobrando vidas todos los días. Hace una semana más o menos, salió la noticia de una niña que rescataron, a quien los plagiarios cercenaron el meñique para dárselo a la familia como fe de vida. ¿Qué vida tendrá, me pregunto, esa niña de siete años, cada vez que se mire la mano y se pregunte qué estaba pasando en su país para llegar a esto?
Busco desconcertada, casi en vano, algo bueno de donde asirme, aparte de estar en familia, con los amigos. Consigo en un resquicio, de muy bajo perfil, el trabajo que están haciendo los candidatos a la Asamblea Nacional, cada uno en su circunscripción. Trabajo político auténtico, sin tanta alharaca, sin el show mediático del gobierno, señalando los problemas y concentrándose en las soluciones posibles.
Y disfruto durante una brevísima noche la suerte que tuve de conseguir una entrada para ver el excelente trabajo de la Orquesta Sinfónica Juvenil. Esta vez, bajo la batuta de Simon Rattle, tocaron como conjurando todos los males, devolviéndonos la fe en lo posible, haciendo de la música un hechizo de optimismo, trazando un oasis en un país que se nos cae a pedazos.
Caracas, 19 de julio de 2010
Vas al mercado y ni se diga, no solo observas la escasez de algunos rubros sino la inflación increíble que han tenido en los últimos meses. Se decretó el fin de la crisis eléctrica pero los apagones siguen, sobre todo en el interior del país, como para que no se note.
Abres el periódico y ves, casi sin poder dar crédito a lo que estás leyendo, las noticias de PDVAL. Esas miles de toneladas de alimentos podridos, perdidos por la desidia, la corrupción y la ambición desmedida de funcionarios irresponsables. Todavía se siguen consiguiendo depósitos con leche, avena, carne, toneladas abandonadas en galpones, como cargamentos envenenados. Ves además por televisión la terrible indolencia de la Asamblea Nacional, que se niega a abrir una investigación sobre los hechos.
Dejas la televisión prendida, a un lado, solo para escuchar las cadenas diarias e interminables del presidente, que abre fuego contra la iglesia, contra los empresarios, contra las universidades, contra los países vecinos, vomitando como la muñeca de El Exorcista su lava de insultos y mentiras, para tratar de tapar con esa podredumbre lo que ya no le es posible ocultar.
Para colmo, como si estuviéramos en un gran teatro, ahora se ha dedicado a desenterrar muertos. Primero, la extradición de los “restos simbólicos” de Manuelita Sáenz, acompañados por una serie de actos donde le dan el título de Generala del Ejercito Bolivariano y varias condecoraciones postmortem. Una semana después, la exhumación de los restos de Bolívar, que me negué a ver en vivo y que tuve que hacerlo después en las repeticiones, pues no podía creer lo que me contaban.
Sin contar, por supuesto, la violencia. Que sigue cobrando vidas todos los días. Hace una semana más o menos, salió la noticia de una niña que rescataron, a quien los plagiarios cercenaron el meñique para dárselo a la familia como fe de vida. ¿Qué vida tendrá, me pregunto, esa niña de siete años, cada vez que se mire la mano y se pregunte qué estaba pasando en su país para llegar a esto?
Busco desconcertada, casi en vano, algo bueno de donde asirme, aparte de estar en familia, con los amigos. Consigo en un resquicio, de muy bajo perfil, el trabajo que están haciendo los candidatos a la Asamblea Nacional, cada uno en su circunscripción. Trabajo político auténtico, sin tanta alharaca, sin el show mediático del gobierno, señalando los problemas y concentrándose en las soluciones posibles.
Y disfruto durante una brevísima noche la suerte que tuve de conseguir una entrada para ver el excelente trabajo de la Orquesta Sinfónica Juvenil. Esta vez, bajo la batuta de Simon Rattle, tocaron como conjurando todos los males, devolviéndonos la fe en lo posible, haciendo de la música un hechizo de optimismo, trazando un oasis en un país que se nos cae a pedazos.
Caracas, 19 de julio de 2010
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