La
primera vez que me topé con la palabra anomia, tenía que ver con el segundo
significado que denota la RAE: Trastorno del lenguaje que impide llamar a las cosas por su
nombre.
Quizá fue así como comenzó todo, cambiando los nombres de
las cosas, hasta que ya no nos acordamos del nombre verdadero. Ya no hay
ciudadanos sino camaradas o compañeros, no hay rivales sino enemigos, no hay
negros sino afrodescendientes; a los damnificados se les llama dignificados, ya
no hay presos sino privados de libertad y la violencia solo es una
sensación. Así, los opositores somos calificados
con una serie de epítetos que no voy a repetir, pero que algunos exhiben con
orgullo, sin pararse a pensar que el lenguaje hace el concepto, lo dibuja en la
propia mente y en la mente del otro.
Ahora no nos atrevemos a decir lo que sucede. Los noticieros
en la televisión son cada vez más sosos, el miedo se ha apoderado de la vida
diaria y hablamos en voz baja, como temiendo que solo pronunciar alguna palabra
inadecuada pueda perjudicarnos en nuestro trabajo, con nuestros vecinos. Hace
apenas un año, una diputada se atrevió a decirle al presidente que, en este
país, expropiar es robar. Al señalar ese cambio en el concepto, fue aplaudida
por muchos y vilipendiada por otros tantos. Esa misma diputada hace apenas unos
meses fue golpeada con saña, como para que se callara la boca de una vez. Pero
justo de eso se trata. De atreverse a llamar a las cosas por su nombre, no por calificativos
hechos a la medida para esconder lo que realmente está ocurriendo.
Pero
el cambio de nombre hace rato que no es suficiente. Cambian las reglas, las
desdibujan o las redefinen para justificar sus acciones. Quieren mantener la
cara legal a expensas de la legalidad misma, reinterpretando normativas,
saltándose leyes, buscando aprobaciones de los poderes “independientes” para
ofrecerlas a sus socios internacionales como salvoconductos de su conducta
totalitaria. El poder no se entrega cuando dice la Constitución, sino cuando
ellos deciden, las auditorías no se hacen como dice la normativa, sino en forma
parcial y a puertas cerradas, las leyes no se discuten sino que se imponen, la
autonomía universitaria se elimina con un párrafo en un reglamento secundario.
Hoy,
además de lo cotidiano, nos enfrentamos al allanamiento de la inmunidad de Richard
Mardo, hecho efectivo mediante golpe bajo a la Constitución. Al Presidente de
la Asamblea se le ocurrió que podría hacerlo por mayoría simple, aún cuando
expresamente está escrito que se necesitan dos tercios de los diputados
presentes. El juicio de ante-mérito fue ambiguo,
la presentación de pruebas poco transparente, en sesión a puerta cerrada. Lo
acusan por defraudación tributaria y legitimación de capitales, pero a la
defensa le ha sido negado el derecho de tener acceso al expediente que está en
la Contraloría General.
Mardo
pasa a engrosar la lista de casos sin ley, como las inhabilitaciones que
enfrentan varios líderes de la oposición, como la condena arbitraria a la Jueza
Afiuni, como la permanente negación de libertad condicional a Simonovis, que se
nos muere de a poco…
Busco
una vez más el significado de Anomia en internet:
Anomia: Ausencia
de ley. Conjunto de situaciones que derivan de la carencia de
normas sociales o de su degradación.
Estamos
definitivamente en un estado de anomia social, una especie de jungla donde
priva la ley del más fuerte. Pero no podemos dejarnos aplastar por unos pocos,
que quieren mantener la ausencia de leyes como estructura de poder y la arbitrariedad
como norma. La historia está llena de ejemplos que señalan que estos
arbitrarios tienen sus días contados.
Los
venezolanos demócratas hemos estado en pie de lucha durante 14 años y hemos
crecido, a pesar de todos los intentos de aniquilarnos. Así que nos toca volver
a movilizarnos, salir a apoyar a Mardo en la concentración convocada para el
sábado y mantener viva la esperanza de cambio.
Caracas,
31 de julio de 2013
@aalvaray
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