La
situación que estamos viviendo en Venezuela es sin lugar a dudas muy grave. El
sistema productivo está paralizado, la inflación desatada y el
desabastecimiento no cede. Hay una sensación de caos, de estar ya traspasando
otros límites, más allá de la falta de gobierno, de la corrupción, de la
ineptitud. Varias personas señalan, no sin razón, que la situación es tan
crítica que se parece a los días antes del caracazo, cuando el
desabastecimiento y la falta de respuestas del gobierno desembocó en un
estallido social, del cual solo cosechamos los muertos y el miedo a subir la
gasolina, pues los políticos piensan que esa fue la causa y no el síntoma de un
desarreglo mucho más profundo en la sociedad, que abarcaba a los transportistas
en su afán por cobrar más allá de lo adecuado, a los empresarios acaparadores
de la época y al gobierno que aupaba las marramucias de funcionarios corruptos,
que se hacían con dólares de Recadi para venderlos en el mercado negro a diez
veces su precio, sin importar si eso causaba desabastecimiento e inflación.
Ese
cuadro, pintado así, se parece por supuesto
a lo que estamos viviendo, con la
diferencia que hoy el empresario mayor es el Estado, es el dueño de las
industrias, el que tiene los dólares para importar, el que controla toda la red
de distribución de los alimentos –tanto la estatal como la privada–, es el
Estado es el que controla puertos y aeropuertos –a través de una empresa mixta
con el gobierno cubano–, puertos y aeropuertos por donde sale droga y entra
mercancía vencida, comprada con dólares Cadivi para ser distribuida luego en
esa red de alimentos y artículos de primera necesidad.
Lo
más grave es la actitud enfermiza del gobierno, que pretende tapar lo que
sucede con su doble discurso. Por una parte quiere controlar el mensaje: lo importante es que tenemos patria,
lo que falta es mejorar algunos “detalles”. Trata de levantar su imagen ante el
“pueblo”, reconociendo parcialmente que los problemas existen, están ahí. Pero
la realidad es más terca que las intenciones. Apenas comienzan a tratar de
cambiar el rumbo del Titanic, el innombrable se dispara, la escasez se acentúa,
ocurre uno de los apagones más grandes de la historia, y continúan las
protestas a nivel nacional: en las cárceles, en las industrias, los profesores
universitarios, los médicos, los maestros, los obreros de Sidor, hasta los
motorizados.
Entonces aparece la otra cara del
gobierno: la represión. Bajo esta cara temible y oscura el gobierno viene
haciendo lo posible para tomar mayor control de todos los aspectos que siente
sueltos dentro de esta “democracia”: Asfixia a universidades y centros
educativos; amordaza a
los medios de comunicación –a través de compras efectuadas por testaferros
opacos, cuyo capital es de dudosa procedencia, de cadenas contínuas y con el ya
anunciado “Noticiero de la Verdad”, que será de obligatoria transmisión en
horario estelar por todos los canales–; mantiene amenazas de expropiación a
empresas, sean estas de alimentos, clínicas privadas, supermercados o colegios
y continúa la estrategia de criminalización de la oposición. Como hecho reciente la semana pasada el CICPC
encerró e interrogó durante horas a los expertos en el sector eléctrico,
por el pecado de haber opinado sobre las causas del apagón que hubo hace unas
semanas, acusándolos de saber “demasiado”, pues la tesis del gobierno es que
hubo sabotaje.
Ni el discurso de eficiencia ni la
represión han funcionado para volver a echar a andar la economía, el aparato
productivo no se arranca como quien empuja un carro para que prenda: la persona
que está al volante tiene que saber manejar, y aquí parece que no solamente no
saben sino que a nadie le interesa. Se trata de seguir dándole palos a la
piñata, exprimir un poco más el fondo chino para pasar el rubicón de las
elecciones de diciembre y después será salvese quien pueda.
Este gobierno hizo aguas hace rato y
el país cae en barrena. La única forma democrática de cambiar el rumbo
es lograr una mayor organización en las fuerzas de oposición para asistir en
masa a las elecciones de diciembre. No podemos dejarnos amedrentar, no debemos
dejar de opinar. Cualquier otra salida puede ser lamentable.
29
de septiembre de 2013
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