A Luis Alvaray
Cierro la computadora y me sirvo un trago. Me voy a la sala y me siento frente a la foto de ese ingeniero electricista que fue mi padre. Que me enseñó a amar esa profesión como forma de trascender, de trabajar tesoneramente en el bienestar colectivo, como él mismo lo decía, en uno de sus escritos. El whisky que me sirvo está un poco fuerte. Pero siento que lo necesito así, necesito que ese líquido amarillo, ese sabor a madera vieja, a barril añejo, me recorra las entrañas, me adormezca un poco esa sensación de impotencia que me abruma.
Acabo de leer las noticias que propagan la llegada de Ramiro Valdés, Vicepresidente del Consejo de Ministros cubano, Ministro de Telecomunicaciones, que viene en calidad de experto en el sector eléctrico, como el asesor que busca el gobierno para solventar nuestros problemas. La ira me sube a la cabeza. Busco por Internet el perfil del susodicho: es el experto en destruir al país, dice Boccanegra, es el verdugo de Cuba, le apodan muchos de los artículos, es un Comandante de la Revolución, grado militar honorífico que le dan en su tierra. No salgo de mi asombro.
No puedo creer que el gobierno se haya atrevido a tanto. Pero por otra parte, sigue siendo coherente con lo que viene haciendo. Sigue tratando de sembrar el caos en el país, de amedrentar a los estudiantes para que paren las protestas, de descolocar a la oposición para seguir atornillado en el poder, que sabe que está tambaleando, justamente por la incapacidad de gobernar, de dar un servicio mínimo a la parte de la sociedad que lo ha venerado tantos años.
Crecí amando la Revolución Cubana, para aprender como adulta que era solo una quimera, una farsa. Que esos ideales maravillosos ocultaban una forma de fascismo, un gobierno corrupto, un deseo de seguir en el poder por el poder, y que el pueblo cubano de ninguna manera se beneficiaba con ello.
Veo la foto del ingeniero electricista y me pregunto qué pensaría de todo esto. Él, que trabajó tanto por el desarrollo de este país, desde la gerencia pública, asumiendo posiciones coherentes siempre con sus valores. Que pensaría hoy, al ver que un extranjero con las manos manchadas de sangre viene a asesorarnos en materias supuestamente técnicas.
Me termino el trago y busco en el armario hasta que consigo una vela, pequeña, que coloco frente a esa foto que me mira. Prendo la vela y la computadora simultáneamente y vuelvo a mi trabajo. Algo podremos hacer. Siempre hay un camino, dice la foto a la luz de la vela.
5 de febrero de 2010
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