Las palabras griegas, que nos han dado tantas raíces, nos prestan a kalós, bello; éidos, imagen; scopéo, observar; para formar el Kaleidoscopio que es cambio, imágenes dinámicas, diferentes, impresiones personales sobre el mundo.








jueves, 9 de diciembre de 2010

Woman

A las once de la mañana toma la limusina en Riverside Drive, que la conduce, después de varios rodeos, hasta el Dakota Apartment Building. Al llegar, se sube el cuello del abrigo de piel y se cubre la cara con unos lentes de sol amplios, que le tapan los ojos, las cejas y la mitad de los pómulos, antes de salir de la limusina.

Camina rápido para alejar a posibles curiosos, que son cada vez menos. La brisa decembrina sopla calle abajo, llevándose las últimas hojas del otoño. Se para un momento para encender un cigarrillo, y tras la primera bocanada viene el recuerdo. Mañana se cumplen treinta años de su muerte. Todavía hoy repasa mentalmente sus movimientos, los de él, sus conversaciones previas.

Él tendría setenta años recién cumplidos, siete menos que ella. Quién sabe cómo hubiera envejecido, si sería igual de buenmozo o si la piel de las mejillas se le habría caído, flácida, haciendo una papada como la de los pavos de navidad. Gracias al asesino, su imagen quedó congelada, siempre joven, siempre optimista.

Ella, tiene que admitirlo, se ve mejor con los años. En las fotos que todavía le toman, cuando algún paparazzi curioso la logra captar sin gorro y sin lentes, aparece como una máscara a la que los años no tocan ni marchitan. Ella misma siente como si el tiempo no hubiera pasado, como si se hubiera quedado congelada en esa noche de diciembre, cuando oyó los disparos en la puerta de la casa.

Aspira una larga bocanada y deja que le invada la boca, los pulmones, la mente. El día anterior habían peleado. Cada vez lo hacían con más frecuencia. Ella no quería pensar que se enfrentaba a otro “fin de semana perdido”, como cuando se separaron hacía ya varios años, pero él estaba lejano, distraído, y eso la preocupaba. Esa mañana estaban distantes. A las diez tendrían una sesión de fotos para una revista y eso la tenía molesta. Tendría que aguantarse una vez más las descalificaciones directas o veladas: “mejor tú solo” o “ella no hace falta”, que le susurraban los fotógrafos, hombres o mujeres. Fue él quien insistió que ella debía estar también en la portada, y fue tan firme que se negó a posar hasta que la fotógrafa no tuvo más remedio que ceder.

Ella estaba totalmente vestida de negro, y su pelo larguísimo quedaba como una gran manta extendida sobre la cama. Entonces él, sorpresivamente, se desnudó y se acostó encima de ella, acurrucándose como un bebé gigante, guindado como un mono de su cuello, y comenzó a besarla. Su actitud la desconcertó, pero no se atrevía a moverse, no quería echar a perder las fotos. No sabía si él lo hacía para pedirle perdón, para demostrarle una vez más su amor, o sencillamente porque eso fue lo que le provocó en ese momento.

Woman, I can hardly express
My mixed emotions at my thoughtlessness
After all I’m for ever in your debt,

Posaban y al fondo se escuchaba su último disco, que la fotógrafa había solicitado para “entrar en calor” en su trabajo. Cuando sonó Woman, la canción que él le compuso, ella no pudo contener las lágrimas, que comenzaron a rodar por su sien, entre los cabellos. Logró controlarse, mientras lo acariciaba levemente con su mano izquierda, pero la canción se le quedó grabada como una pista indeleble, repitiéndose en su cabeza a lo largo de los años como un eco permanente:

And woman, I will try to express
my inner fillings and thankfulness
For showing me the meaning of success

Ella era una mujer madura, divorciada, que sabía lo que era la angustia y la soledad del artista. Un día lo vio en una fiesta rodeado, como siempre, de cientos de mujeres. Era alto y hermoso. Con un cutis blanco transparente y la nariz más grande que ella hubiese visto. Estaba vivo. Eso fue lo que la cautivó. Estaba vivo y quería seguir viviendo. Hablaba con pasión, movía las manos, sus ojos saltaban de un lado a otro del salón. Él la vio y su mirada siguió de largo, como si no existiera. Después de todo, ella era más bien fea, de pómulos altos y pelo negro lacio que le tapaba la mitad de la cara. Con una minifalda blanca que mostraba unas piernas flacas, sin gracia. Con el cutis lleno de cicatrices viejas de acné juvenil, la nariz ancha, la boca recta. Pero sus ojos, solo sus ojos mostraban su fuego interno.

No fue en esa fiesta que quedaron, ni en la siguiente. A ella le costó entrar en su entorno. Fue cerrando el círculo, entendiendo sus gustos, sus intereses. Tuvo que usar todas sus influencias ─después de todo, ella venía de la aristocracia japonesa─, hasta inventar un concierto en Tokio para poder acercarse.
Woman, I know you understand
The little child inside the man
Please remember my life is in your hands

Y sus miedos, pudo intuir sus miedos. A pesar de la fama, de la gente que lo rodeaba, él le tenía pánico a la soledad. Ella supo meterse por esa grieta para acompañarlo, para darle seguridad, para hacerle creer que su vida estaba en sus manos. Ese era el niño que tenía encima de ella, desnudo, besándola.

Sigue fumando y vuelve la cabeza hacia su casa, hacia la puerta del Dakota donde ocurrió todo esa noche. Su cara cambia: tensa la mandíbula, tiemblan los labios, contrae los párpados conteniendo lágrimas inexistentes, lloradas hace ya demasiado tiempo. Solo queda el gesto, el recuerdo recurrente.

Esa pelea final dentro de la limusina, esa discusión doméstica, quedó suspendida en su cabeza, indeleble. Sus celos le reclamaban que para donde iba, que qué iba a hacer esa noche. Él insistía que era una cena de trabajo, más nada. Pero ya habían pasado por eso. Una cena de trabajo le dijo él que era Susan, una cena de trabajo también había sido ella, al principio.

Woman, please let me explain,
I never meant to cause you sorrow or pain,

La colilla del cigarrillo quemó los guantes. La bota y camina hacia el parque. Por la entrada de Central Park West, un poco más abajo, está Strawberry Fields Memorial. Quiere verlo antes de que se llene de gente. Mañana volverá a agitarse el avispero de periodistas y curiosos sobre su casa, sobre su vida y la de su hijo.

El Memorial tiene siempre flores que rodean la palabra Imagine, haciendo un símbolo de la paz. Sopla una brisa fría, que hace titilar las velas de la noche anterior. Se sienta en los bancos de madera que están al frente, a mirar la lápida de mármol, sencilla, limpia. Allí no están sus cenizas. Ella no quiso funeral, ni tampoco enterrarlo en un sitio público. Las tiene en su cuarto, en un cofre que está encima de la cómoda, frente a la cama. No se atreve a guardarlas, ni a cambiarlas de posición. Tampoco quiere echarlas en el parque, ni en el mar. En el fondo, solo espera.

Porque el tiempo se había detenido esa noche, esa noche en la que ella salió de la limusina pegando un portazo y él quedó un poco más atrás, como indeciso si seguirla. Ella caminó hasta la portería y en la entrada se detuvo a encender un cigarrillo. Quería tranquilizarse, no podía seguir discutiendo, eso solo empeoraría la situación. De repente, escuchó los disparos, uno tras otro, hasta contar cinco. Tardó en reaccionar, en darse cuenta que los disparos eran allí, en la entrada de su casa. Cuando salió logró ver al desconocido que soltaba la pistola mecánicamente y que era maniatado por el portero. Le temblaban las piernas.

John había caído frente a la entrada del estacionamiento. Lo vio en el piso, su sangre empapaba el abrigo y comenzaba a regarse por la acera. Sintió que los brazos se le habían desmayado, trató de de gritar y no le salía la voz. Miró a todas partes, no sabía qué hacer, cómo pedir ayuda. Oyó los gritos de terror de los fanáticos que siempre estaban afuera, los gritos del portero dando instrucciones, el eco de los pasos de la gente en la calle, que llegaba corriendo a ver qué era lo que había pasado. Cuando al fin logró que sus piernas respondieran, fue a arrodillarse a su lado, le tomó la cabeza y le quitó los lentes, le pasó la mano por la cara suavemente y trató de acomodarlo en su regazo. Él trataba de hablar, pero ella le puso un dedo en los labios, le quitó los lentes llenos de sangre y le acarició la cara, repasando sus facciones con el dedo, su nariz grande, su piel blanca y transparente, sus labios pálidos.

En ese momento llegó la policía y dos hombres lo alzaron en peso para llevarlo al hospital. La gente lloraba, alguien la zarandeaba para que reaccionara, pero ella seguía así, impávida, sin moverse de la acera, con las manos heladas llenas de sangre.

So let me tell you, again and again and again
I love you, now and for ever

Lo último que recuerda es a una muchacha que lloraba y gritaba “I love you John”, el mismo grito que a ella se le quedó congelado en la garganta y que desde entonces deja salir en forma de humo todas las mañanas, frente al portal de ese viejo edificio Dakota en la calle 72, en Nueva York.

8 de diciembre 2010

jueves, 2 de diciembre de 2010

Un caleidoscopio personal


Ayer se murió mi abuela María Teresa. Con noventa y cuatro años, fue protagonista de casi todo el siglo veinte venezolano. Nació cuando el país todavía chapoteaba en el siglo anterior, gracias a la dictadura de Gómez, y vivió el nacimiento de la gran esquizofrenia: el boom petrolero. Por una parte, venían los gringos cargados de una forma de vida nunca vista, construyendo oasis de casas cercadas, rodeadas de grama y con aire acondicionado; con neveras a kerosén, los carros enormes, los campos de golf y la piscina del club. Por otro lado, la invasión de gente que llegaba de todas partes del país a trabajar en los campos petroleros como obreros, como ayudantes, como enfermeros, señoras de limpieza, cocineros.

Mi abuela, por supuesto, formaba parte de ese segundo lote. La pionera, mi bisabuela, se fue a Lagunillas apenas oyó decir que las arepas las podía vender a locha y no a tres por puya, como las vendía en Betijoque. Cuando logró reunir lo suficiente se trajo a María Teresa al rancho para que la ayudara a trabajar, a tender arepas, a pilar el maíz, a dar de comer a todos esos obreros que les compraban el desayuno y el almuerzo, que hacían fila en la puerta de la casa, que era como un palafito, como solían ser las casas en Lagunillas.

María era una mujer rebelde, fuerte, citadina; eso de quedarse en un pueblo a vestir santos y suspirar por hombres que se iban y no volvían, no era con ella. Temprano se peleó con el cura de Betijoque por acusarla de pecadora, de atreverse a organizar los actos de la iglesia siendo hija natural. Su reacción fue renegar del cura, no de Dios. Siempre nos decía que ella no necesitaba curas para conversar con Dios, que Él estaba en todas partes.

Así que, lejos de echarse, se fue con Bisa a Lagunillas, y cuando encontró el primer amor de su vida, no dudó en irse con él, sin mucho trámite.

─Le dije a mamá que no me esperara ─me contó una vez, guiñándome el ojo─, no quería que se preocupara, que estuviera buscándome por ahí.

Ese hombre, el prefecto del pueblo, andino como ella, alto, blanco, con un mechón que le caía en la frente, que no aguantaba gomina, se la llevó con él hasta que lo trasladaron de ciudad. Entonces la mandó a Caracas y le puso una pensión en La Pastora. A María le daba pena decir que ella era la dueña, porque era muy joven ─diecisiete años─ y porque además no me iban a respetar, me contaba. Así que decía que la dueña era Bisa, Doña Angélica, y así se conoció esa primera casa, esa pensión que no me acuerdo muy bien donde quedaba, si era cerca de Mecedores o de la esquina de El Chorro.

Elvira, el personaje de Cabrujas en El día que me quieras, decía que uno quiere ver la historia y termina siempre por oírla. Pero María Teresa no, ella siempre fue el primer chicharrón de la historia. Seguramente está en todas las fotos que tienen una multitud de fondo: en la celebración de la muerte de Gómez, en la caída de Pérez Jiménez, en la concentración que pedía el voto femenino, en la que abucheó a Nixon cuando fue a Caracas, en la que dio la bienvenida a Fidel en el año 59 en El Silencio, en la que salió a protestar cuando tumbaron a Medina, y ese día de mayo de 1935, en la que salió a recibir allá en Cabimas, en medio del calor y la humedad, al cantante más grande de todos los tiempos, a Carlos Gardel.

Cada vez que recordaba ese concierto se le iluminaban los ojos. Nos decía que era el hombre más bello que había conocido: alto, el pelo negro, los ojos azules, el flux blanco y el sombrero de medio lado, y esa voz hermosa que cantaba y cantaba. Reunió para la entrada y no le importó gastarse ese realero de entonces e irse desde Lagunillas hasta Cabimas a verlo. “Eran como cincuenta bolos ─me decía, perdida en la inflación─, pero uno tiene que ver esas cosas y acordarse de que pasaron”.

María era capaz de describir el orden del concierto, primero Caminito, después El día que me quieras, luego Barrio (Melodía de Arrabal), y Volver aaaahh…volver, con la frente marchita, las nieves del tiempo plateando mi sien…Cantaba y su cara resplandecía. De la mano de sus palabras, llegué a ver a Gardel cantando, cómo comenzó con el repertorio que llevaba preparado y cómo la gente le pedía más. Gardel asombrado, después de tanto viaje ─venía de Paris, de Buenos Aires, de Nueva York─ llegó a ese pueblo desconocido, donde el público le hacía coro en todas sus canciones y lo ovacionaba por diez minutos enteros.

Como Tieta, la de Jorge Amado, María Teresa coleccionaba recuerdos bellos que nos contaba en los viajes, en las reuniones familiares, y, sobre todo, haciendo las hallacas. Pudiera llenar varios caleidoscopios con retazos de sus historias, con esas anécdotas precisas, que tuvieron en su mejor momento el día y el año en el que ocurrieron, pero que poco a poco se fueron diluyendo los años y los tiempos, y ya no sabíamos si había sido cuando Medina o con Pérez Jiménez, si fue en la esquina de Carmelitas o más arriba, en Dos Pilitas.

En estas navidades seguramente no habrá hallacas, pero tendremos como siempre el regalo de su fuerza, ese ejemplo de mujer luchadora, emprendedora, independiente. Y recordaremos su mirada llena de luz como el sol de Lagunillas, y su voz ronca cantándonos yaaa vamos llegando a Pénjamo…, o quizá eso de…sentir que es un soplo la vida…


2 de diciembre 2010

Los presos nunca son presos políticos

Hace unos días, no sabemos a cuenta de qué, la nueva ministra de Asuntos Exteriores y Cooperación de España, Trinidad Jiménez, argumentaba que en Venezuela no hay presos políticos porque "A diferencia de lo que ocurre en otros países, las organizaciones de defensa de los Derechos Humanos como Amnistía Internacional y Human Rights Watch no tienen catalogado como preso político a ningún preso en Venezuela".

Estas palabras, así como las de Chávez apoyando al gobierno chino en contra del premio Nobel de La Paz, Liu Xiaobo, quien está preso por "subversión contra el poder del Estado", no hacen sino subrayar una ética de adhesiones, una doble moral al enfrentar situaciones de violación de derechos humanos, cuya opinión depende de quien esté involucrado y si se tienen o no intereses que resguardar.

El nivel de información y la manera como las sociedades se están organizando no nos permite seguir los modelos maniqueístas del pasado, mucho menos en aspectos tan importantes como el poder reconocer una dictadura, una democracia, quienes son realmente presos políticos, o exiliados. ¿Dónde están esas líneas en este siglo XXI? ¿Cuáles son esos conceptos básicos que nos permiten reconocer los viejos nombres con todo y el disfraz de modernidad que puedan tener?

Seguramente estaremos de acuerdo que los elementos básicos de una democracia formal y representativa son el respeto a la constitución y a las leyes, la independencia de poderes, la libertad de asociación y de participación, la libertad de expresión y el derecho al trabajo sin discriminación. Si hablamos de presos políticos, estaremos hablando de cualquier persona a la que se mantenga en la cárcel por haber expresado opiniones en contra del régimen, aun cuando la causa formal sea acusarlo de un delito común.

Con este marco base, podemos enumerar ciertas “fallas” o “ausencias” en nuestra democracia actual, ilustradas por hechos recientes que ponen en entredicho la independencia de poderes, y el derecho al debido proceso en el caso de los presos políticos.

I

En un país donde la Constitución dice claramente en su artículo 63 que la representación tiene que ser proporcional, la inequidad del sistema electoral permitió que la oposición, a pesar de haber ganado la mayoría de los votos para la Asamblea (51,88%), obtiene solo 40% de los curules en el congreso.

No hay una respuesta clara del gobierno que explique esta anormalidad.

II

En recientes declaraciones, el Presidente de la República dice que si llegara a ganar la oposición en las elecciones del 2012, habría una revolución. Estas palabras fueron avaladas una semana después por el jefe del Comando Estratégico Operacional de las FF.AA, Rangel Silva, en contradicción con el artículo 330 de la constitución: “Los o las integrantes de la Fuerza Armada Nacional en situación de actividad tienen derecho al sufragio de conformidad con la ley, sin que les esté permitido optar a cargo de elección popular, ni participar en actos de propaganda, militancia o proselitismo político.”

La reacción del gobierno fue la de ascender a dicho militar al grado de General en Jefe.

III

La jueza María Lourdes Afiuni, paga una sentencia de 30 años de cárcel por ordenar la liberación del banquero Eligio Cedeño. Sobre este caso ha habido incluso un pronunciamiento del Grupo de Trabajo sobre las Detenciones Arbitrarias del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, quien solicitó al Estado venezolano su liberación inmediata, así como la reposición de su cargo como jueza 31 de Control de Caracas, el cual ejercía al momento de su detención.

La Juez sigue en prisión.

IV

Los diputados recién electos, Biagio Pillieri y José Sánchez, están ambos bajo arresto, y Hernán Alemán y Richard Blanco, están sometidos a régimen de presentación. La constitución dice en su artículo 200: “Los diputados o diputadas a la Asamblea Nacional gozarán de inmunidad en el ejercicio de sus funciones desde su proclamación hasta la conclusión de su mandato o la renuncia del mismo”

Los diputados no han sido liberados a pesar de haber sido proclamados, y se les amenaza con dictarles sentencia.

V

En Venezuela hay un listado que reconoce al menos 22 presos políticos, sin contar los que han sido liberados, o los que tienen régimen de presentación. Hay presos en el ámbito sindical, como por ejemplo, el secretario general del Sindicato de Trabajadores de Ferrominera Orinoco, Rubén González, a quien se le acusa de haber promovido disturbios violentos dentro de esta factoría. Están también los casos de los comisarios Simonovis y Forero, de varios militares, de otros sindicalistas.

Las organizaciones internacionales tienen vedada la entrada al país.

Se trata pues de ver un poco más allá de lo que lanza la propaganda oficialista a la calle. No entendemos qué fue lo que instó a la Sra. Jiménez a declarar lo que ha reiterado en el congreso español. Creemos que puede obtener información más clara del país si se reúne no solo con fuentes oficiales, sino con un espectro más amplio de la sociedad. Los venezolanos esperamos de España y del resto del mundo el apoyo necesario para señalar estas irregularidades y para avanzar en el restablecimiento de una verdadera democracia.

19 de noviembre de 2010

viernes, 22 de octubre de 2010

Se hizo la luz

Hace apenas una semana, sentada en un café, escuché cuando una mujer de unos cincuenta años le explicaba a su vecina la hazaña de los mineros chilenos. Era el tema del momento en todas partes. Apenas esa madrugada había logrado salir el último de ellos. La señora en cuestión comentaba a la amiga la emoción del momento, lo que lloró cada vez que una esposa abrazaba al marido, cuando un hijo salía a recibir al padre.

Yo también lo vi, por supuesto. Había comenzado a ver todo un par de días antes, con la llegada de la perforadora a unos metros del refugio, cuando pasó el aviso a los mineros para que recogieran los escombros y se retiraran unos metros más lejos, de manera que, si había algún problema, nadie resultara herido. Me imagino el estruendo cuando se quebró el techo, el polvo, las piedras, y luego la imagen de la punta de la excavadora, sin más nada que perforar, solo retroceder para que otros completaran su obra.

Y se hizo la luz. Al retirarse la excavadora se vio el túnel por el que al día siguiente saldrían todos, uno por uno, como un parto largo de treinta y tres morochos, usando toda la tecnología de punta que se había desplegado para llegar hasta ellos.

Para mí, el recuerdo de ese evento estará siempre ligado a lo que puede hacer la gente trabajando en equipo, al mando de un líder que propicie la unión. Ese ejemplo lo dieron, en primer lugar, Luis Urzúa, el líder de los mineros enterrados, quien logró mantener el entusiasmo y la motivación en el grupo, aún cuando no se habían recibido noticias del exterior. Luego, el equipo multidisciplinario liderado por el ingeniero Andrés Sougarret, que tenía el objetivo de mantener a los mineros en buena forma física y psíquica, con la ayuda de expertos en psicología, sociología, ingeniería, nutrición y la misma NASA.

Por último, el esfuerzo continuo del Presidente de Chile, Sebastián Piñeira, cuando convocó al personal experto en todas partes del mundo para diseñar la mejor solución para el rescate, y mantuvo un contacto muy cercano a los hechos hasta el último día, cuando se quedó a recibir a todos los mineros en la boca del túnel.

En Chile, ese día, se hizo la luz. Vieron, por un momento mágico, la forma de sacar adelante un país.

21 de octubre de 2010

sábado, 9 de octubre de 2010

El premio Nobel

“la literatura es la semilla del peligro para el poder autoritario”
Mario Vargas Llosa


Hoy escribo tarde. Después de una tostada de pan y café negro, después de leer la prensa y de ver en la televisión a un Mario Vargas Llosa feliz, como lo estamos todos, por el recién otorgado premio Nobel de literatura 2010.

Vargas Llosa es de la generación de mis padres. Nació el 28 de marzo de 1936 en Arequipa, Perú y formó parte de esa generación de jóvenes que querían cambiar Latinoamérica. Cada quién en su ámbito de acción. Para Luis Alvaray, era la ingeniería, los avances tecnológicos, cómo desarrollar al país y como convertirnos en una nación del primer mundo. Cómo apuntar a eso sin olvidar al que menos tiene, al que no tiene acceso real a las oportunidades que conceptualmente le ofrece la democracia. Para Gisela fue el desarrollo académico, como hacer de la educación la bandera de redención, como hacer llegar el conocimiento a toda la geografía y así contribuir a erradicar la pobreza.

Para Mario Vargas Llosa, el cambio fue y es a través de la literatura. La ficción como forma de rebeldía contra una realidad que no debe ser, como él mismo dijo. Él y otros grandes ─García Márquez, Rulfo, Cortázar, Fuentes, Borges─, formaron parte del famoso boom latinoamericano, que cuestionaba formas y contenidos, que denunciaba realidades a través de ficciones. No podemos olvidar la prosa bellísima con la que Rulfo describe (y denuncia) la pobreza de su pueblo natal, la indolencia de los gobernantes, el conformismo de la gente.

De la mano de mis maestros leí La ciudad y los perros, Pantaleón y las visitadoras, La tía Julia y el escribidor, La guerra del fin del mundo y muchos otros. Luego vino La fiesta del chivo, que me reconcilió con él como escritor cuando ya lo había metido en una gaveta de olvidos.

Me contenta el premio. No solo como reconocimiento a su labor incansable en el mundo de las letras sino más allá, en el ámbito político. Aún cuando no he estado de acuerdo con algunas de sus posiciones, hoy por hoy coincidimos en lo básico, pues el dilema actual es diferente, como lo anuncia también Pompeyo Márquez: el mundo ya no se divide entre capitalismo y socialismo.

Estamos frente a un dilema que tiene que ver con la concentración del poder o la democracia. Y en ese dilema, su posición clara y abierta de enfrentar las autocracias y dictaduras del mundo lleva todo mi respeto. Desde esa perspectiva, comparto con él la necesidad de defender la libertad de elección. Que cada individuo tenga libertad para profesar su fe, para defender sus creencias, dentro de un marco regido por la constitución, que es la que indica las reglas del juego.

En este sentido, el premio de Vargas Llosa viene a recordarnos, así como nos lo subrayó el 26S, que sí se puede, que podemos cambiar las cosas, plantearnos un mundo mejor y avanzar hacia eso.

8 de octubre de 2010




De izquierda a derecha: Gabriel García Márquez, Jorge Edwards, Mario Vargas Llosa, José Donoso y Muñoz Suaz, en casa de Carmen Balcells, en Barcelona (1974). Fotografía de Diálogo con Vargas Llosa, por Ricardo A. Setti (Editorial Kosmos, 1988).

viernes, 8 de octubre de 2010

Sin números

A partir de hoy no se puede hablar de números, ni encuestas, ni nada que pueda “cambiar” la forma de votar de los venezolanos. Como si fuesen las encuestas lo que modifica la opinión de ir o no ir a votar, o la escogencia del candidato preferido. Se nos da un espacio para reflexionar sobre las propuestas de los partidos, para pensar qué es lo mejor para nosotros, para nuestra familia, para el país.

Estoy segura de que a estas alturas, los que van a votar ya tienen escogido el candidato de su preferencia. Ya saben por quién lo van a hacer. El tema es que se movilicen a votar. Que venzan la inercia, ese para qué voy a votar si eso es mucha pelea, mucho escándalo, como me decía Gregorio, el señor que barre las calles por mi casa. Como Gregorio hay muchos venezolanos humildes, que vuelven a encerrarse en su mutismo político, que piensan que es preferible no meterse con nadie, quedarse tranquilos en sus casas sin buscar problemas.

Pero también hay otros, que hemos visto estas semanas, durante la preparación de las elecciones. Están los jóvenes, que hicieron su propia campaña, diseñaron su propia forma de reclutar voluntarios para ser testigos en las mesas, recabaron fondos y produjeron micros para el cine y la televisión, para las radios comunitarias, para los programas de opinión. Están los educadores, que tienen formada hace ya unos años la Red de Observadores de la Asamblea de Educación, donde participan maestros y profesores a nivel nacional, en un proceso de observación de las elecciones con un alto nivel técnico. Están los Miembros de Mesa, que han acudido a los entrenamientos para estar acreditados y poder ejercer su derecho a participar activamente. Hay una sociedad civil que está motivada para participar.

También hay incertidumbre. Una vez más, el país partido por la mitad. Esta vez no es la mitad sino en tres de pedazos diferentes.

No sé bien lo que vaya a pasar el domingo, no sé por qué me siento hoy tranquila. Sea lo que sea, va a ser mejor que lo que teníamos. Sea lo que sea, será un punto de partida para los próximos dos años, que van a ser difíciles desde todo punto de vista. Y que, a pesar de mis miedos, de la incertidumbre que reina en todas partes, creo que todo va a salir bien. Vamos a salir adelante.

Caracas, 24 de septiembre 2010.

martes, 31 de agosto de 2010

Réquiem para Franklin Brito

Abro mis artículos, después de largas vacaciones, con la triste noticia de la muerte de Franklin Brito. Para mí, y para la mayoría de los venezolanos, un célebre desconocido, hasta que decidió hacer una huelga de hambre para pelear por sus derechos. Una huelga final que duró 258 días. Que culminó una serie de protestas que venían desde el año 2005, cuando Brito decidió hacer la primera huelga de hambre, al darse cuenta de que, por los medios formales, no llegaría a rescatar su finca, invadida dos años antes sin ningún procedimiento administrativo o notificación previa.

Brito sufrió la persecución despiadada del gobierno. No solo le quitaron la finca, sino que lo despidieron del trabajo, a él y a su esposa, y le cerraron las vías legales para rescatar su propiedad.

Hubo muchos dimes y diretes. Que sí, que vamos a ver como lo ayudamos, Jessie, encárgate. Para luego, a la hora de gestionar la devolución de las tierras, le exigieron firmar un acta donde reconocía que el fundo nunca fue invadido y que las cartas agrarias nunca lo abarcaron, cosa que no aceptó. Y volvió a la carga, con otra, y otra huelga.

Se murió solo. No estaban con él ni su esposa y ni su hija, pues se encontraba ─según sus familiares, “secuestrado”─ en el Hospital Militar, donde la Fiscalía General de la República lo había recluido por estar “inhabilitado desde el punto de vista médico”.

Lo cierto, lo duro de todo esto, es que ahora tenemos un cadáver. Lo tenemos todos. No solo la familia, no solo el gobierno, sino todos los venezolanos. Porque nos cansamos de decir que somos un país de gente alegre, buena, abierta, solidaria. Y nos toca ahora demostrarlo. Continuar su esfuerzo por defender nuestros valores: la honestidad, el trabajo, el derecho a la justicia.

Franklin Brito nos deja una esquirla en la memoria. La granada ya explotó.

Caracas, 31 de agosto de 2010

jueves, 5 de agosto de 2010

Las claves de Mandela

“No hay que apelar a su razón, sino a sus corazones”
Nelson Mandela


Nos movemos en un mundo diferente, cuyas claves todavía no logramos entender. La gerencia del siglo XXI, sobre todo en Venezuela, es un arte que está por descubrirse. Es la toma de micro-decisiones, pues las grandes decisiones que se tomaban, esas de largo plazo y con un plan estratégico por delante, parecen cosa de un pasado lejano e inaccesible.

Esta sociedad, rasgada por contradicciones en la forma de dirigirse hacia un desarrollo sostenible, ha ido dejando empresas al costado del camino, perdiendo empleos, capacidad productiva y conocimiento técnico necesario para generar el bienestar social que todos queremos. Inmersos en una avalancha de medidas, la empresa privada ha perdido terreno a lo largo de estos años, sufriendo expropiaciones, compras, cierres, nacionalizaciones.

Al principio, los trabajadores de las empresas intervenidas aplaudían las medidas, seguros de que, una vez en sus manos, las cosas cambiarían y eso conllevaría a un mejor ingreso, mejores perspectivas para ellos como personas y para su familia. Sin embargo, un estudio reciente de una encuestadora local ha descubierto que la opinión del venezolano sobre las empresas privadas está cambiando. El continuo ataque a la propiedad privada, sin normas ni leyes que protejan lo que legalmente ha sido ganado por sus propietarios, ha generado sentimientos encontrados en la gente que antes apoyaba totalmente las expropiaciones y nacionalizaciones.

En el fondo, los venezolanos valoramos el trabajo y el empleo como forma de generar ingresos para mejorar la calidad de vida. Todos tenemos historias de familiares que lograron salir de abajo, tener su propia casa, su empresa, su negocio. La clave esta en cómo hacer de eso un valor social, compartido. ¿Cómo dejar atrás rencillas que no nos pertenecen y trabajar por el bien colectivo desde un modelo más liberal?

El libro de John Carlin, El Factor Humano, sobre el cual se basa la película Invictus, nos presenta una perspectiva diferente sobre el rol del liderazgo y el trabajo en equipo, que vale la pena comentar.

Mandela, líder sin discusión de un proceso que tenía todos los visos de derivar en la peor violencia que existe ─la guerra civil─, tiene un sueño, una visión muy clara para su país: “…que la gente sea juzgada por su carácter y no por el color de su piel”, o, como lo expresa más adelante, quiere “acabar con el apartheid por medios pacíficos”.

Vemos aquí a un líder que es capaz de definir un objetivo cuya consecución parece imposible: la salida negociada. Y a su vez define una estrategia arriesgada, basada en poder convencer a sus opositores de que había que cambiar el apartheid, para que ellos mismos lo cambiaran: “El enemigo tenía todas las armas, la fuerza aérea, la logística, el dinero… la única forma de vencer al tigre era domesticarlo.”

Para ello, lo primero que se propone es conocer al contrincante. Esto quiere decir conocerlo a profundidad, sus historias, su lengua, sus costumbres. Sus fortalezas y sus miedos, qué lo emociona y qué lo motiva. Esto le permite establecer una relación emocional, de confianza, con cada uno de las personas que ejercen roles dentro del sistema, para luego convencerlos de que a todos les conviene la salida negociada del sistema de apartheid, y que en la nueva sociedad todos estarán incluidos.

Después, sin perder la visión de conjunto, busca los interlocutores más adecuados para ir avanzando en el proceso de negociación. En este sentido, Mandela entendía que la violencia que había desencadenado el gobierno contra la población negra era un signo de debilidad y desesperación crecientes y que la solución negociada era una fórmula que parecía muy sencilla: la conciliación de los miedos blancos con las aspiraciones negras. Para ello comunica en forma clara, utilizando el lenguaje del otro en muchos casos, entendiendo dónde están las áreas comunes y dónde las discrepancias.

Finalmente genera opciones de cambio en un marco de respeto, tanto a las instituciones como a lo que cada quién representa como ciudadano dentro del conjunto. Apela a la gente común y corriente. Esa gente normal de cualquier país que se encuentre entre la guerra y la paz, que pone la seguridad y la prosperidad por delante de la ideología. Y los motiva a creer en un cambio posible.

Quizá estas claves puedan ayudarnos a pensar en caminos diferentes para nuestras empresas magulladas del siglo XXI. Conocer cuáles son nuestros miedos, saber quiénes son los que trabajan con nosotros, cuál es su historia, cuales sus motivaciones personales. Definir con ellos un sueño compartido. Hacer todo esto en un marco de respeto. Y sobre todo, buscar la negociación incluso en momentos donde todo parece más difícil.

Caracas, 31 de julio de 2010

viernes, 30 de julio de 2010

Transformar la desesperanza aprendida

La semana pasada tuve la oportunidad de asistir al acto que, en pro de la Unidad Nacional, se realizó en el hotel Ávila en Caracas. Los diversos actores enfatizaron que estamos por primera vez ante un punto de inflexión, donde la oposición unida pudiera ganar las elecciones del próximo 26S. Todas las encuestas, incluyendo aquellas que tradicionalmente han apoyado el gobierno, dan resultados similares: el chavismo, por primera vez en once años, es una minoría a nivel nacional. De ahí a que eso se traduzca en votos duros, para que la oposición gane la mayoría de la Asamblea Nacional, falta todavía un trecho difícil de transitar.

Mientras escribo esto se me hace difícil creerlo y mucho más ponerlo en blanco y negro, quizá por la costumbre de pensar que podemos ganar, para luego caer en la realidad de que, aunque hemos ido avanzando, todavía somos minoría en el país. Quizá también por uno de los conceptos que Teodoro señaló en su discurso, que me llamó mucho la atención: la desesperanza aprendida.

Este es un concepto relativamente moderno, asociado a una nueva tendencia psicológica llamada Psicología Positiva, desarrollada por Martín Seligman, de la Universidad de Pensilvania en Estados Unidos. La desesperanza aprendida es la pérdida de motivación, de la esperanza de alcanzar los sueños, es la renuncia a toda posibilidad de que las cosas salgan bien, se resuelvan o mejoren. Es un estado al que arribamos cuando algún factor externo, que detenta poder sobre nosotros, nos induce a pensar que, hagamos lo que hagamos, nunca podremos alcanzar nuestras metas, no podremos controlar nuestro destino, que ese ente externo tiene poder absoluto, irrevocable y permanente.

Nuestro presidente, en sus múltiples apariciones por cadenas nacionales ─aparte de asfixiarnos con su abusiva e ilegal campaña anticipada, tratando de rescatar sus votos perdidos─, lo que quiere lograr es amedrentar y apabullar a la gente que no está de acuerdo con su forma de gobierno. La idea es que este sector de la población pierda la capacidad de movilización, de resistencia. En dos platos, que no podamos vernos a nosotros mismos como una opción de triunfo, con probabilidades altas de éxito en lograr el cambio que queremos como país.

Al conversar con personas de diversos sectores, quienes tradicionalmente han sido luchadores y optimistas, creyentes en la posibilidad de un cambio, he encontrado que efectivamente pareciera rodearnos un aura de pesimismo más allá de lo racional, explicable quizá por este fenómeno de la desesperanza aprendida. El abuso constante de las leyes, la impunidad de la delincuencia, la indiferencia ante la aberración que significa la pérdida de miles de toneladas de alimentos, el estado de deterioro de la infraestructura en todo el país, ha hecho que la gente se haya arrinconado, bajado los brazos sin hacer sentir su protesta necesaria.

Entendiendo este fenómeno, concientes de esta situación, tenemos que reorganizarnos y ocupar nuestros espacios. Espacios que nos pertenecen a todos. Espacios de optimismo y de fe en el futuro, desde donde podamos definir proyectos concretos, que ayuden a cambiar el rumbo de nuestro país.

En este sentido, tenemos un ejemplo que aplaudir: el esfuerzo incansable de Antonio Ledezma frente a la Alcaldía Metropolitana. La pasada “Semana de Caracas” Ledezma, junto con otros alcaldes de Caracas y con su equipo de trabajo, presentó a la ciudad por primera vez en casi veinte años, un plan estratégico de largo plazo: Caracas 2020. Un proyecto que fue elaborado con la concurrencia de muchos de los profesionales y técnicos venezolanos que todavía están en el país. Un logro que ahora tenemos que defender y hacer realidad, cada quién desde su área de acción. Esta y otras iniciativas son las que verdaderamente nos van a ayudar a cambiar el país.

Porque no se trata solo de sentarse a esperar las elecciones y decir que participo porque salí a votar. Se trata de revisar qué es lo que estoy haciendo en el medio donde me desenvuelvo para apoyar el cambio, para buscar la construcción de la sociedad que quiero para mis hijos, para mis nietos. Y al participar en un proyecto, en alguna iniciativa por pequeña que sea, estaremos dejando atrás la desesperanza, transformándola en una posibilidad de éxito. Estaremos aprendiendo a reevaluar la situación en busca de ángulos positivos desde donde podamos actuar, estaremos llenándonos de fuerza para salir adelante a representar una alternativa nueva. El camino es difícil, con muchos obstáculos, pero es un camino que inexorablemente habrá que transitar.

Caracas, 28 de julio de 2010

lunes, 19 de julio de 2010

Desconcierto

Se despeja la niebla del mundial de fútbol y saltan a la cara los problemas del país, uno a uno. Todos los días, como una suerte de rutina macabra o tan solo desgastante, conseguimos huellas del desmoronamiento general. Abres el grifo del agua en la mañana y sale amarilla, a veces hasta maloliente. Al principio piensas si será mi apartamento, algún problema con las tuberías, será la lluvia que revolvió todo, hablas con el vecino, con la conserje y te das cuenta de que es un problema común, que pasa cada vez con más frecuencia. A veces hay agua, a veces se va, a veces llega con la calidad inadecuada.

Vas al mercado y ni se diga, no solo observas la escasez de algunos rubros sino la inflación increíble que han tenido en los últimos meses. Se decretó el fin de la crisis eléctrica pero los apagones siguen, sobre todo en el interior del país, como para que no se note.

Abres el periódico y ves, casi sin poder dar crédito a lo que estás leyendo, las noticias de PDVAL. Esas miles de toneladas de alimentos podridos, perdidos por la desidia, la corrupción y la ambición desmedida de funcionarios irresponsables. Todavía se siguen consiguiendo depósitos con leche, avena, carne, toneladas abandonadas en galpones, como cargamentos envenenados. Ves además por televisión la terrible indolencia de la Asamblea Nacional, que se niega a abrir una investigación sobre los hechos.

Dejas la televisión prendida, a un lado, solo para escuchar las cadenas diarias e interminables del presidente, que abre fuego contra la iglesia, contra los empresarios, contra las universidades, contra los países vecinos, vomitando como la muñeca de El Exorcista su lava de insultos y mentiras, para tratar de tapar con esa podredumbre lo que ya no le es posible ocultar.

Para colmo, como si estuviéramos en un gran teatro, ahora se ha dedicado a desenterrar muertos. Primero, la extradición de los “restos simbólicos” de Manuelita Sáenz, acompañados por una serie de actos donde le dan el título de Generala del Ejercito Bolivariano y varias condecoraciones postmortem. Una semana después, la exhumación de los restos de Bolívar, que me negué a ver en vivo y que tuve que hacerlo después en las repeticiones, pues no podía creer lo que me contaban.

Sin contar, por supuesto, la violencia. Que sigue cobrando vidas todos los días. Hace una semana más o menos, salió la noticia de una niña que rescataron, a quien los plagiarios cercenaron el meñique para dárselo a la familia como fe de vida. ¿Qué vida tendrá, me pregunto, esa niña de siete años, cada vez que se mire la mano y se pregunte qué estaba pasando en su país para llegar a esto?

Busco desconcertada, casi en vano, algo bueno de donde asirme, aparte de estar en familia, con los amigos. Consigo en un resquicio, de muy bajo perfil, el trabajo que están haciendo los candidatos a la Asamblea Nacional, cada uno en su circunscripción. Trabajo político auténtico, sin tanta alharaca, sin el show mediático del gobierno, señalando los problemas y concentrándose en las soluciones posibles.

Y disfruto durante una brevísima noche la suerte que tuve de conseguir una entrada para ver el excelente trabajo de la Orquesta Sinfónica Juvenil. Esta vez, bajo la batuta de Simon Rattle, tocaron como conjurando todos los males, devolviéndonos la fe en lo posible, haciendo de la música un hechizo de optimismo, trazando un oasis en un país que se nos cae a pedazos.

Caracas, 19 de julio de 2010

miércoles, 16 de junio de 2010

El Decano de los estudiantes

Para el profesor Rafael Martín



Hace unos pocos días me llegó la noticia de la muerte del profesor Rafael Martín. Cubano de nacimiento, se había refugiado en Venezuela desde hacía muchos años, dando clases en la Escuela de Ingeniería Química de la Universidad Central. El profe Martín, como le decíamos todos, conocía la diferencia entre enseñar y regurgitar conocimientos. Lo que es más, se dedicó a la extraña tarea de enseñar a pensar.

No todo el mundo quería tenerlo como profesor. Todo lo contrario, era “muy exigente”, sus problemas no tenían tabules, no estaban en ningún libro. La primera vez que estudié con él fue una electiva, Procesos Industriales, que tenía que ver con la ingeniería industrial. Recuerdo que al principio estaba tirando flechas, no sabía cómo entrarle a la materia. Hasta que decidí cambiar el foco. ¿Qué es lo que me está preguntando este señor? ¿Sobre qué es lo que él pretende que yo reflexione? Descubrí que no se trataba de repetir lo que estaba en los libros, sino de crear soluciones, de enfrentar un problema desconocido con las herramientas que tenía, pero aplicándolas a mi manera. Se trataba de aprender a poner a un lado el conocimiento y observar el problema desde todos los ángulos, con curiosidad científica, casi con la curiosidad de un niño.

Porque así era él, un niño grandote, un viejo grandullón que le encantaba ponernos retos y reírse cuando nos veía dando tumbos, para luego mostrarnos dónde nosotros mismos nos estábamos poniendo los obstáculos. O se enorgullecía cuando no solo resolvíamos el problema, sino que le traíamos varias soluciones posibles, o nuevos retos.

La pasión por aprender, la ética del ejercicio, la excelencia profesional son los valores que me vienen a la mente cuando lo recuerdo. Y el ejemplo como forma de aprendizaje. Porque su carrera profesional la ejerció desde su postura de vida, lo que le costó quizá posiciones relevantes en la industria y en la academia, pero le dio la tranquilidad de la coherencia y el título de “Decano de los estudiantes”, que valoró por encima de otros.

Seguramente estuvo preocupado por lo que ha estado ocurriendo en el país durante estos últimos años. Se le parecía demasiado a su propio país. Pero seguramente también estaba orgulloso de que nosotros, los ingenieros químicos que fuimos sus alumnos, somos reconocidos como profesionales de excelencia internacional en las mejores empresas del mundo. Y por aquello de los círculos de la vida, muchos estamos sembrando en otros países, copiando su modelo.

El profesor Rafael Martín fue para mí un profesor de los que marcan la carrera, de los que uno nunca olvida a lo largo del ejercicio profesional. De los que tienen un lugar permanente en mi maleta de recuerdos.

Madrid, 15 de junio de 2010

lunes, 31 de mayo de 2010

Un sueño posible

Llego al andén a veinte minutos para las ocho de la mañana. El tren está listo, esperando por los pasajeros que siguen un procedimiento expedito de chequeo de pasajes y equipaje, en una fila que avanza sin problemas. En cinco minutos he pasado el control de seguridad y una persona me indica amablemente cuál es el vagón 19, que me fue asignado el día anterior al comprar el ticket por Internet. Consigo sin problema el asiento, coloco mi maleta en la parte de arriba y me siento en un sillón que resulta mucho más confortable que los asientos de avión, pues el espacio que hay entre una fila y otra permite estirar las piernas de forma cómoda. Hay unas muchachas en la fila de adelante, y una pareja de señores ya mayores a mi lado, conversando. Todo se ve limpio, como nuevo.

A la hora en punto suenan las alarmas, el tren cierra todas las puertas y se prepara para salir, tal como lo indicaba la propaganda de la pagina web: “Puntualidad, comodidad y mejor precio, Red Nacional de Ferrocarriles Españoles RENFE es su alternativa”. En ese momento sentí envidia. Sí, envidia. Porque esto no lo estaba soñando, sino palpando la realidad posible. En unos pocos años, España ha pasado de ser un país del tercer mundo a contar con una infraestructura de las mejores del primer mundo.

Hay, por supuesto, muchos factores que han influido en las posibilidades ciertas que ha tenido España para lograr estos resultados: su inserción en la Unión Europea, los préstamos que obtuvo justamente para modernizar no solo el sector ferroviario sino todos los sectores de la sociedad, el interés de inversionistas privados en acompañar este desarrollo.

Sin embargo, teniendo las mismas oportunidades, o similares, hay sociedades que logran resultados y otras pierden literalmente el tren. ¿Qué es lo que nos hace avanzar en una dirección determinada? ¿Cuáles son los factores que nos permiten aprovechar los recursos e ir mejorando paulatinamente la calidad de vida de los ciudadanos? No podemos decir que España es un país esencialmente diferente a los nuestros. Todo lo contrario, venimos de ahí, de esta cultura, cultura donde ha existido ─y todavía existe─ también la ineficiencia y las corruptelas, donde en este momento de crisis, el gobierno está dando bandazos para lograr definir un camino de salida.

Lo que no podemos dejar de ver es que, en estos cinco lustros, ha habido un avance muy significativo en la construcción de una infraestructura de servicio a los ciudadanos. Hay hospitales públicos de primera, escuelas y universidades que se cuentan entre las mejores de Europa, una red vial de autopistas y carreteras que, junto con la red ferroviaria, cubren todo el territorio. Cada sector tiene en común que ha ejecutado cabalmente un plan que se trazó cuando se recibieron los primeros fondos europeos, y que se ha ido reformulando y modernizando.

En el caso de la red ferroviaria podemos observar como la RENFE, siendo una empresa pública, ha ido modernizando su estilo de gerencia, pasando del clásico modelo de reducir gastos y aumentar la productividad, al saneamiento de la empresa, la identificación de los tramos “altamente deficitarios” y la negociación con las alcaldías correspondientes para mantener el servicio o, en el peor de los casos, cerrar la vía y dar paso a una forma de transporte más eficiente. A finales del 2010, RENFE habrá destinado una inversión global de 5.772 millones de euros a la modernización de la empresa, de los cuales, 4.436 millones habrán sido destinados a la adquisición de nuevos trenes y locomotoras.

Indudablemente los resultados obtenidos demuestran la capacidad de la gerencia pública para alcanzar esas metas de largo plazo. Gerencia que ha tenido como factores de éxito la claridad en los objetivos a lograr, la concertación de los diferentes actores, sean de la tolda política que sea, en la definición de un plan de desarrollo coherente y de largo plazo, la ejecución del mismo con un alto grado de transparencia y de eficiencia al construir las vías y comprar el equipamiento.

Cabe reflexionar sobre nuestro futuro, tanto desde la empresa privada como desde las instituciones públicas. ¿Cuál es ese plan estratégico de desarrollo que deberíamos tener como país, cuál debe ser el rol del estado, cómo vamos a hacer los cambios requeridos? Porque lo que sí tenemos que tener claro es la necesidad de ponernos de acuerdo una visión común, y trabajar duro para lograr hacerla realidad. Porque ser un país desarrollado no es una quimera, es un sueño posible.

29 de mayo de 2010

viernes, 7 de mayo de 2010

La sucursal del cielo

Vengo de ver la exposición de fotografías FotoPres, un certamen promovido por la prensa española. Entre otros fotógrafos, está Lurdes Basolí, quien ganó uno de los premios por su trabajo: “Caracas la sucursal del cielo”. Estoy sentada frente al computador, pensando qué fue lo que me impresionó tanto de esa exposición. Creo que es una mezcla de nostalgia y rechazo a las imágenes de violencia, esa violencia de la cual quise escapar, alejándome un tiempo, como para limpiar el alma de tantos muertos y de tanta indiferencia, solo para volver a verla expuesta aquí en su crudeza emocional. Es una exposición donde Caracas brilla por su lado más feo, ese que no queremos ver, pero que nos hiere todas las mañanas cuando prendemos la televisión, cuando leemos la prensa o cuando nos cuenta un vecino o un amigo el suceso más reciente.

Usando en forma irónica el calificativo que alguna vez se ganó nuestra capital, Basolí presenta imágenes de esa Caracas que tenemos hoy: “Más allá de la revolución ─dice─ está la inseguridad y la violencia que viven los caraqueños en el día a día, y los estragos que hace en las familias”. La primera foto muestra el contraste brutal entre los barrios y la clase media, la degradación de la arquitectura urbana, los edificios de apartamentos rodeados de ranchos. Contraste para nosotros casi normal, pues vivimos allí, lo conocemos desde que nacimos, pero que para alguien de estas latitudes es impactante. Pasa luego a mostrar la emocionalidad detrás de la violencia, la desolación en las caras, la mirada perdida de la madre que abraza a la hija muerta, que le sujeta la quijada, la toma por la cabeza, desmadejada, sin fuerzas para llorar, apenas para sostenerla.

La mayoría de las imágenes reflejan no solo la tristeza y el dolor, sino también la presencia de niños, de adolescentes, en todos estos eventos. Hay dos fotos que me impresionaron en forma particular: una, la de un padre corriendo escaleras abajo con su niña herida, mientras la mamá llora junto a ella, en una esquina se ve la mano de alguien que retiene la de la niña, que no la quiere soltar, que no se atreve a despedirse.

La otra, la de una niña como de once años, su cara reventada por la violencia, una cicatriz le cruza la barbilla y le llega casi hasta el cuello. Tiene una mirada limpia, cuestionando al que toma la foto, o a la vida, preguntando, preguntándose si vale la pena. La mirada duda y el gesto también, una sonrisa que se queda a medio camino, sin atreverse a salir del todo.

Nos espera un trabajo enorme para salir adelante, para volver a ser esa sucursal del cielo que fuimos, y que deberíamos poder volver a ser. Una ciudad, un país donde podamos caminar libremente, sin el temor a que nos asalten, a perder la vida inútilmente. En el mes de abril salió un rayo de sol que puede formar un arcoíris. Pero lo más importante es pensar qué es lo que vamos a hacer más allá del arcoíris, imaginarnos ese futuro hermoso al que podamos apuntar, y trabajar unidos para lograrlo.

Madrid, 7 de mayo de 2010

viernes, 23 de abril de 2010

De cristales y olvidos

Los recuerdos son cristales purísimos, que decantan y quedan asentados en el fondo de la mente. El olvido y la memoria, opuestos que reaccionan en una ecuación sin fórmulas previas, sin predeterminaciones posibles. Nadie puede saber qué vamos a recordar y qué a olvidar. La amnesia es entonces la cura, el manantial del que bebemos ante un recuerdo abrumador, amenazante. Cuando el recuerdo vuelve, cuando el cristal se mueve, una esquirla nos corta por dentro y nos deja desnudos ante el mundo.

Uno de estos cristales estalló un diciembre hace unos años en mi cabeza. No sé si fue el susto por lo inesperado, o el estruendo de la explosión de un triquitraqui en un pasillo, que me hicieron reventar en llanto. Me vi pequeña, como de tres años o menos, sentada junto con varios niños y la maestra, todos agazapados debajo de una mesa de madera, redonda y blanca. Había ruido afuera, en el patio. Un hombre con barba estaba dentro del aula, asomado a la ventana. Tenía ropa militar y un fusil en la mano, y miraba impaciente tratando de descubrir no se qué cosa allá afuera. De repente sonaron unos disparos, uno, dos, tres, luego una metralleta, se oyeron pasos afuera, en el patio, como alguien corriendo, los pasos resonaban contra la pared, el hombre que estaba con nosotros disparó también, pum pum, un niñito se puso a llorar, aterrado, yo pelaba los ojos paralizada, muda, sentada con las rodillas abrazadas.

Mi infancia es una mezcla de recuerdos similares, de guerrillas y enconchados, de gritos y silencios, que han ido decantando en mi memoria, como cristales. Recuerdos de adultos discutiendo sobre política. Ellos pensaban que yo no estaba ahí, pues los niños tenemos una habilidad increíble para hacernos invisibles. Ahora, recogiendo los cristales, escucho voces apasionadas, discusiones en voz baja, alguien preso, o desaparecido, percibo la angustia, presiento las verdades a medias, las seguridades a medias.

Retazos de recuerdos, mi abuela prendiendo la radio en su cuarto y buscando la señal de Radio Habana Cuba, despertar con ese himno y esa propaganda, “Esta es Radio Habana Cuba, transmitiendo directamente desde Cuba, territorio libre de América”, mezclado con el campaneo de Radio Rumbos y su jingle “Radio Rumbos en Caracas… sensacional! La emisora de Venezuela”, que ponía mi Bisa en la cocina desde las cinco de la mañana para hacer arepas.

Esas dos realidades extrañamente están ahora también entrelazadas en mi país del siglo XXI, vuelven a mi desde el pasado, para mirarlas hoy desde otras aristas, para tratar de entender ese mundo de mi infancia, lleno de olvidos, como trato de entender ese mundo de hoy, pura violencia. Quiero escoger los cristales que se salvaron y buscar mis claves para descifrarlos, entender la alquimia que hizo que recordara estas cosas y no otras y ver si eso me sirve para descifrar también el futuro que nos espera.

22 de abril de 2010

miércoles, 21 de abril de 2010

Cambio necesario

Uno a veces pierde la esperanza de ver reflexionar y de recapacitar al otro, al adversario, ese que está en la otra acera y que no piensa como yo, que no se da cuenta de las barbaridades que están sucediendo, que como es posible que todavía siga apoyando esto o aquello. Otras, las más en mi caso, pierdo a veces la esperanza de que nosotros mismos reflexionemos, recapacitemos, nos demos cuenta de lo que tenemos que hacer para lograr un cambio de rumbo, para encontrar una salida.
Como país, todavía no tenemos conciencia de la magnitud del proceso de cambio que tenemos por delante, si de verdad queremos hacer que este Titanic no se hunda irremediablemente, si de verdad queremos hacer las cosas de una manera diferente. Ya no se trata de convencer para que voten por mí o por el otro, porque estamos tan polarizados que las primarias son una forma de decidir nombres, pero no destinos. Los destinos ya están trazados por los colores del bando, que predeterminan no solo programas políticos, sino formas de vida, símbolos, creencias.
El problema es otro. Hay una Venezuela incipiente, que nació después de esta división de aguas, después de este maniqueísmo irracional al que nos hemos poco a poco acostumbrado. Y que le da igual la izquierda o la derecha, que no es así como quiere estar dividida, ni así ni de ninguna manera, que lo que necesita es un país donde se pueda vivir sin zozobra, donde se pueda estudiar lo que uno decida estudiar, donde se pueda trabajar sin tener que interrumpir cada tanto para disfrazarse de rojo, de azul o, como esta de moda últimamente, de verde militar.
El reto es lograr que esta Venezuela joven ─que no conoce de política más que discursos insultantes, más que las componendas para repartirse el poder a todos los niveles, más que el amiguismo como forma de ascenso─ pueda tener acceso a otro tipo de información, a otra manera de hacer las cosas, a otras formas de pensamiento. La oposición no es una masa de ineptos mercenarios, que se dejan manipular por el imperio. El chavismo no es una cuerda de ignorantes que no saben hacer nada sino vivir de las dádivas del presidente. Ya basta de tanta definición barata. Los venezolanos tenemos la necesidad de sentirnos incluidos, de sentir que podemos contribuir a mejorar las cosas, no solo sentarnos a esperar que gobierno u oposición se pongan de acuerdo, o peleen a muerte sobre los escombros de lo que nos está quedando.
En este sentido, hay unos síntomas de cambio político interesantes, que quisiera resaltar. Uno, el liderazgo de Henri Falcón como motor del cambio dentro de las filas chavistas. Aunque hay una ruptura entre Falcón y Chávez, el primero sigue defendiendo los postulados de la revolución y comienza a llamar a los revolucionarios a salvar el proceso votando por el PPT. Aunque parezca un hecho solamente electoral, la postura de Falcón tiene como trasfondo una supuesta inclusión ideológica, nosotros respetamos lo que piensas, no importa si eres más o menos revolucionario, los que quieren este tipo de cambio pueden hacerlo desde aquí también.
Luego está Carlos Ocaríz, ese alcalde que tenemos enterrado en Petare, defendiendo día a día el ejercicio de una forma diferente de hacer política, haciendo cambios estructurales. A un año de gobierno, aún con el Concejo Municipal en contra, aún cuando le han quitado de las manos gran parte de la infraestructura y de los recursos que necesita para operar, Ocaríz está logrando que una comunidad tan difícil como lo es la petareña, sea una comunidad participativa, que decida qué hacer con el dinero de su presupuesto, que defienda sus logros y pelee por sus objetivos, que crezca y se pare sobre sus propios pies y forme parte de ese futuro colectivo, que es posible.
Ambos líderes llaman a una conciencia social, a reflexionar y a participar en un proyecto común, a dejar de ser políticos de arengas y arremangarse y trabajar, sin hablar tanta pistolada y sin armar tanta pataleta. Nos toca reflexionar a todos cuál es ese cambio que queremos. Y actuar en consecuencia.
16 de abril de 2010

viernes, 26 de marzo de 2010

Sociedad kafkiana

"No desesperes, ni siquiera por el hecho de que no desesperas. Cuando todo parece terminado, surgen nuevas fuerzas. Esto significa que vives"
Franz Kafka


Llegar a Caracas después de una ausencia prolongada es impactante, sobre todo por el grado de deterioro de la calidad de vida en lo cotidiano. Pero lo que más impresiona es la naturalidad con la que los caraqueños siguen su vida, como si fuera normal apartar las bolsas de basura de la acera para seguir caminando, o ni siquiera apartarlas, sino rodearlas, pasar por la calle a riesgo de que te atropelle un carro o más probablemente un motorizado, y seguir caminando, hasta la parada de autobús o la estación de metro más cercana. Como si fuera normal no poder caminar sin que lo atraquen a uno, salir siempre con la paranoia de que no puedo llevar esto o aquello, o no puedo pasar por este sitio a tal hora.

Como si esto fuera poco, ahora se suma el llegar a los centros comerciales y que todo esté apagado, las luces, las escaleras mecánicas, los aires acondicionados, entrar en un mercado y en la penumbra de los anaqueles palpar los huecos donde debería estar el arroz o el azúcar, y ver la carne semi-podrida en los frigoríficos, que enfrían a media máquina, y el calor marchitando las verduras y las flores.

Y decidir salir a un restaurant solo para comprobar que la comida tiene esa pátina marchita, no está mala, no, pero tampoco está fresca, y los mesoneros te atienden con la ley del mínimo esfuerzo, o te regañan, porque hay que adivinar que esta mesa está reservada, o que la cola del café no es por donde está señalado, sino por donde la arbitrariedad del mesonero de turno ha decidido.

Pero lo último es ver en el lapso de dos días como ponen presos a personas cuyo delito no se sabe muy bien cual fue, pero a quienes les cae todo el peso de la ley y de la justicia bolivariana. Independientemente de estar o no de acuerdo con sus posiciones políticas, o con sus declaraciones ante los medios de comunicación, está el hecho de que estas personas están siendo juzgadas por algo que dijeron en contra, por supuesto, del gobierno. Pero tampoco están muy claros los cargos. Un funcionario dice una cosa, otro dice otra, los abogados defensores especulan otras.

Al igual que en El Proceso, la famosa obra de Kafka donde el protagonista es arrestado una mañana por una razón que no conoce, y se pasa el resto de su vida defendiéndose de algo que no sabe muy bien qué es, las personas que el gobierno va poniendo presas, o amenaza con poner presas, tienen que comenzar a defenderse sin saber cuál fue el delito, o pensando que eso no es delito, sin entender la lógica, si existe alguna dentro de las leyes y de la constitución, para esa acusación, muchas veces gravísima, que reciben.

Y así el gobierno va creando un clima de caos, de anarquía, de absurdo, que, unido al derrumbe de lo cotidiano, a la inseguridad en las calles, a la falta de luz y de agua, a la incertidumbre del futuro de este país, lo que hace es encerrarnos en una perspectiva de desesperanza, de angustia, de estar en un callejón sin salida, en una trampa que no tiene solución, que hagamos lo que hagamos no vamos a poder sacar este país adelante.

El protagonista del El Proceso, Josef K, termina suicidándose por un crimen que no cometió, tal es el nivel de desaliento y de depresión al que llega. Nosotros no podemos seguir su ejemplo. Al contrario, conociendo esta forma de tratar la disidencia, ya sabremos que es una más, un método para horadar nuestra fe en el futuro, una forma de quebrarnos. Y si la identificamos adecuadamente, pasaremos a salvar lo que nos queda y dar la cara por lo que queremos hacer, a buscar nuevos horizontes, a defender los espacios democráticos y buscar nuevas áreas donde seguir luchando, para revertir este proceso destructivo y lograr el cambio hacia esa senda de progreso que todos queremos.

26 de marzo de 2010

viernes, 12 de marzo de 2010

Calina

No me puedo imaginar el valle de Caracas como me lo cuentan, con una calina espesa que apenas deja respirar, con treinta y seis grados de temperatura, con un incendio que se apaga y otro que comienza en algún rincón del Ávila. Busco en mi archivo y consigo la foto mejor, esa que muestra la montaña verde, el cielo azul, algunas nubes adornando para que no parezca una postal, para darle un aire real, de ciudad de verdad.

Pero también son verdaderos los incendios, las invasiones, las talas. Para comprobarlo, basta asomarse al balcón y ver como crecen los ranchos en su falda. Basta con sentir el humo en la cara, el calor pegajoso, como si estuviéramos en otro lugar que no es este valle. Basta con leer la crónica de la invasión a la finca de los Quintero en Caruao, al otro lado de la montaña, un ejemplo que nos llena de tristeza.

La calina se cuela en el ánimo caraqueño, se adhiere a la piel, embota el pensamiento. Hace que se peleen rojos con rojos, azules con azules. Que peleen precisamente los que no deben pelear, no ahora. No podemos dejar que el humo no nos deje ver el horizonte. Pudiera pasar que esta sea la peor sequía en décadas. Pero hay que tomar medidas para dejarla atrás. Hay que dejar viejas rencillas, buscar nuevos caminos. Si no lo hacemos, estaremos construyendo un infierno permanente.

11 de marzo de 2010

lunes, 8 de marzo de 2010

El desarraigo imposible


Ítaca te regaló un hermoso viaje.
Sin ella el camino no hubieras emprendido.
Mas ninguna otra cosa puede darte.

Aunque pobre la encuentres, no te engañará Ítaca.
Rico en saber y en vida, como has vuelto,
comprendes ya qué significan las Ítacas.

(fragmento) Constantino Kavafis

Robo el título de uno de los artículos del reciente ganador del premio Arturo Uslar Pietri de novela, Eduardo Sánchez Rugeles. Eduardo es uno de los miles de jóvenes que han hecho sus maletas y se han ido del país, buscando otras oportunidades, o sencillamente huyendo de la inseguridad, del alto costo de la vida ─que se multiplica para un joven recién graduado─, de la falta de perspectivas.

La diferencia es que Eduardo es un exiliado desde hace ya mucho tiempo. Porque hace ya mucho tiempo que quería ser escritor. Porque los escritores se van aislando, van tomando perspectiva, para poder escribir sobre lo que más sienten. En ese sentido, aprender a escribir es una suerte de exilio. Es un viaje al centro de los recuerdos, de las memorias, una exploración existencial, hacia lo que soy, o lo que quiero ser, o lo que quiero decir. Y en ese viaje muchos se pierden, se deprimen, regresan abatidos, derrotados, o lo que es peor, mudos, sin poder expresar sus ideas. En esa frontera con el abismo, se quedan algunos alcoholizados, narcotizados, evadiendo en el fondo enfrentarse con esa nada que los envuelve.

Eduardo, en cambio, ha logrado salir airoso de su búsqueda primera, con el éxito que solo da el trabajo, la perseverancia y el saber que ese es el camino pasional, y que vale la pena arriesgarse a seguirlo. Su novela, Blue Label/Etiqueta Azul, ganó la primera edición del premio literario Arturo Uslar Pietri, concursando con otras cien entradas de catorce países, de escritores con más experiencia quizá, con obras publicadas.

Y ha llegado de regreso a la orilla de su exilio, aceptando sus raíces, hablándole a sus alumnos como lo hace Kavafis en su poema, como si Ulises le soplara al oído a un nuevo viajante a través del tiempo:
“En estos años he podido conocer el mundo y el mundo, la verdad, no ha logrado seducirme. Todo se ve mejor en las postales. Cuando atraviesas una calle cualquiera te das cuenta de que todo se parece. Es bueno viajar, Felipe, viaja, camina, agarra un mapa y lárgate a recorrer lugares extraños. En cualquier lugar verás lo mismo: gente. Y el venezolano, a fin de cuentas, maldito o no, no es más que gente.”

No somos más que gente. Gente que ama a su país, que sufre, que le duele lo que pasa. Y que se llena de orgullo cuando un joven triunfa en el exilio. Porque la gente de Ítaca necesita esas buenas noticias, que renuevan la esperanza.

5 de marzo de 2010

Milicias venezolanas

El domingo salió en El Nacional una foto de esas que no necesita palabras: un grupo de hombres ─en la foto se ven como tres mujeres, si buscas bien─ uniformados, disfrazados de milicia, con sombreros de cogollo, trajes militares y una estrella roja. Formaban parte de la comparsa que acompañó al presidente a develar una estatua de Ezequiel Zamora para conmemorar los 151 años de la Guerra Federal. Apoyaba la firma del ejecútese de la Ley de Consejo Federal de Gobierno, que transfiere los poderes, hasta ahora en manos de los gobiernos estadales y municipales, a las organizaciones populares.

Lo grave de este montaje, que parece si se quiere una obra de teatro de colegio de primaria, es que no es juego. Toda esa gente estaba armada con fusiles FAL, que empuñaron para la foto. Claro, en la formación se percibe un ligero desorden, como si todavía fuera el ensayo general, algunos se ríen, otros voltean para otro lado, los de más allá no escucharon la orden y están de espaldas hablando con sus vecinos. Pero así se comienza. Esta gente empuña el mensaje de la violencia, de la negociación con armas en la mano, de la intransigencia. Hoy se ríen y se dan codazos en las escalinatas de El Calvario, mañana no sabemos que van a hacer con esos fusiles, a quién le van a disparar.

Hoy amaneció el Estado Táchira con un gobierno paralelo. Un Consejo Revolucionario de Gobierno, que tendrá el presupuesto que no le han transferido al gobernador electo. No sabemos si estos grupos de milicias serán los que lo defiendan. Lo que si sabemos es que este es un paso más hacia la anarquía que se está implantando aceleradamente en todo el país. Y con armas no se juega.

25 de febrero de 2010

A la luz de una vela

A Luis Alvaray

Cierro la computadora y me sirvo un trago. Me voy a la sala y me siento frente a la foto de ese ingeniero electricista que fue mi padre. Que me enseñó a amar esa profesión como forma de trascender, de trabajar tesoneramente en el bienestar colectivo, como él mismo lo decía, en uno de sus escritos. El whisky que me sirvo está un poco fuerte. Pero siento que lo necesito así, necesito que ese líquido amarillo, ese sabor a madera vieja, a barril añejo, me recorra las entrañas, me adormezca un poco esa sensación de impotencia que me abruma.

Acabo de leer las noticias que propagan la llegada de Ramiro Valdés, Vicepresidente del Consejo de Ministros cubano, Ministro de Telecomunicaciones, que viene en calidad de experto en el sector eléctrico, como el asesor que busca el gobierno para solventar nuestros problemas. La ira me sube a la cabeza. Busco por Internet el perfil del susodicho: es el experto en destruir al país, dice Boccanegra, es el verdugo de Cuba, le apodan muchos de los artículos, es un Comandante de la Revolución, grado militar honorífico que le dan en su tierra. No salgo de mi asombro.

No puedo creer que el gobierno se haya atrevido a tanto. Pero por otra parte, sigue siendo coherente con lo que viene haciendo. Sigue tratando de sembrar el caos en el país, de amedrentar a los estudiantes para que paren las protestas, de descolocar a la oposición para seguir atornillado en el poder, que sabe que está tambaleando, justamente por la incapacidad de gobernar, de dar un servicio mínimo a la parte de la sociedad que lo ha venerado tantos años.
Crecí amando la Revolución Cubana, para aprender como adulta que era solo una quimera, una farsa. Que esos ideales maravillosos ocultaban una forma de fascismo, un gobierno corrupto, un deseo de seguir en el poder por el poder, y que el pueblo cubano de ninguna manera se beneficiaba con ello.

Veo la foto del ingeniero electricista y me pregunto qué pensaría de todo esto. Él, que trabajó tanto por el desarrollo de este país, desde la gerencia pública, asumiendo posiciones coherentes siempre con sus valores. Que pensaría hoy, al ver que un extranjero con las manos manchadas de sangre viene a asesorarnos en materias supuestamente técnicas.

Me termino el trago y busco en el armario hasta que consigo una vela, pequeña, que coloco frente a esa foto que me mira. Prendo la vela y la computadora simultáneamente y vuelvo a mi trabajo. Algo podremos hacer. Siempre hay un camino, dice la foto a la luz de la vela.

5 de febrero de 2010

Estudiantes…La fuerza!



Los jóvenes de todos los tiempos son los que, por excelencia, han opuesto resistencia a los dictadores, a las acciones que tratan de silenciar, de ahogar sus reclamos, sus derechos. Basta recordar el Mayo francés del 68, o el movimiento juvenil de Estados Unidos, que se levantó contra la Guerra de Vietnam; la matanza de los estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, México, o la de la Plaza de Tian'anmen en el Pekín de 1989, donde murieron más de seiscientas personas y hubo más de diez mil heridos.

En Venezuela, después de la famosa “generación del 28” y de los movimientos asociados a las guerrillas de izquierda de los años 60, los jóvenes habían permanecido al margen de la vida política del país. Hasta que, hace tres años, despertó un movimiento estudiantil que parecía inexistente, dormido. Dos generaciones de venezolanos nacidos y criados en democracia han sido el germen de esta resistencia. Esta nueva generación de valientes muchachos saben lo que pierden, si dejan que se siga cerrando el cerco sobre las libertades individuales sin dar la cara, sin decir un “Basta!” firme, decidido.

Estos muchachos no necesitan la violencia. Saben que están señalando los verdaderos problemas del país, y están exigiendo soluciones. Han logrado renovar su liderazgo, siempre estudiantil, siempre plural, dando espacios a todas las universidades, a todos los géneros. Sus caras frescas, su firmeza, su convicción de que están luchando por la democracia en tono de paz, por un cambio donde todos podamos vivir tranquilos, construyendo un mejor futuro, es suficiente para plantarse ante la fuerza bruta de la Guardia Nacional, de la Policía Nacional y de todos los cuerpos represivos.

El gobierno embiste cada vez con más saña sobre ellos. Basta ver los tanques que sacaron para reprimir las protestas en Mérida, en Caracas, en Táchira. O los dos muertos en Mérida. O los perdigonazos que cegaron a dos estudiantes en Anzoátegui y que han herido a decenas en todo el país. O la foto de El Nacional de hoy 28 de enero, donde en el primer plano sale el cuerpo de un GN, agarrando con la mano derecha una cadena que termina en una suerte de ancla marina, hecha con cabillas dobladas, para fustigar a cualquiera que trate de pasar la barrera. Al fondo, los estudiantes sentados en la calle, mostrando sus manos blancas.

Nos toca a nosotros salir a respaldarlos en todos los ámbitos. En los partidos, reforzar aún más esa unidad que ya está en marcha, esa fuerza que poco a poco se está logrando a todo nivel. En los gremios profesionales, señalando cada uno en su especialidad lo que no se está haciendo adecuadamente, lo que hay que remediar, lo que falta por hacer. En las universidades y colegios, apremiando los cambios posibles. En nuestra vida cotidiana, acudiendo a los centros de la comunidad organizada. En la calle, apoyando sus marchas.

Es necesario que hagamos un esfuerzo desde donde estemos, dentro y fuera del país. Porque cuando los jóvenes toman la bandera señalando caminos, todavía hay esperanza de cambio.

28 de enero de 2010

A la Divina Pastora

La Virgen es la única imagen femenina que el severo código religioso nos dejó para venerar y amar abiertamente. Las mujeres hemos heredado sin pedirlo ese ícono, ese arquetipo de madre amor, madre incondicional, mujer pura, mujer santa, madre que todo lo puede. Nos movemos entre la exigencia ancestral de tratar de llenar ese ideal imposible y lograr aceptar sencillamente ser esa persona con defectos y virtudes, llena de bellezas y de fallas, que somos.

Siempre me ha llamado la atención la cantidad de imágenes distintas que representan a la Virgen en nuestra cultura. La Virgen de Guadalupe en México, la de Fátima en Portugal, la Almudena en Madrid, la Virgen de Coromoto, patrona de Venezuela, la Virgen del Carmen, la Milagrosa, preferida por mi abuela Amelia, en fin, todas esas vírgenes que hemos visto y escuchado, en rezos o en cantos, y que llenan nuestro arsenal de historias y leyendas, de cuentos de amor y de fe.

Una cosa en común tienen esas historias, y es la de efectivamente llenar de paz y de aliento al creyente, al que le pide con devoción que su manto lo proteja de todos los males. Y esa convicción, esa esperanza de salir adelante, lo hace atravesar dificultades, caminar distancias insalvables, salir airoso de enfermedades incurables.

De todas esas leyendas, la de Florentino, en su contrapunteo final contra el Diablo, llama mi atención en este momento, pues él acude no solo al Santo Niño de Atoche, sino a una retahíla de vírgenes para que lo protejan y lo acompañen en ese trance difícil, de vencer la oscuridad, de llegar vivo a la luz del amanecer. Y lo logra.

Ese Florentino, tantas veces usado por nuestro gobernante, hoy se le revierte. Hoy, cambiamos los papeles. Florentino somos todos. Nos ha tocado vivir en este mundo en tinieblas, lleno de incertidumbre. Valga este escrito breve para tomar de la mano a mis antepasados y unirme desde aquí a la enorme procesión que ayer comenzó a pasear la imagen de la Divina Pastora, para pedirle que nos ilumine a todos, y que nos señale con su luz el camino para salir adelante.

15 de enero de 2010

Geografía del desastre

Una de las cosas que más impacta al llegar de un viaje, corto o largo, es el proceso acelerado de marginalización del país. No son solo los ranchos, que están creciendo hasta en El Ávila, sino la basura, la falta de luz, de agua, de servicios hospitalarios adecuados, los vagos en la calle, los huecos, los escombros, en fin, un nivel de deterioro impresionante en todo sentido. Lo peor es la sensación de normalidad con la que todos vivimos ese proceso, la forma que nos movemos entre los robos y la inmundicia, y la desidia para cambiar lo que está sucediendo.


En estas navidades fui a Barinas, y el día que llegué había un corte de luz, cotidiano por demás, que duró esa vez unas tres horas. Durante ese período no solo no había electricidad, sino que, lo que es peor, no había agua tampoco, pues el bombeo se detiene. Solo el que conozca Barinas, o Puerto Ordaz, o por supuesto Maracaibo, puede saber el impacto de lo que eso significa. Los chorros de sudor comienzan a caer y el sopor no deja pensar ni hacer. Mis tías, ya acostumbradas al evento, se quejaban resignadas. Si fuera como lo que pasó antes en otros países, al menos le decían a la gente cuando le iban a cortar la luz y por cuanto tiempo, pero aquí no se planifica nada, decían.


El 24 de diciembre a las doce de la noche me quedé con el cuchillo eléctrico en la mano, a un tris de comenzar a picar el pernil. La luz se fue en ese preciso momento, por casi una hora. Parecía un chiste. Una forma de burlarse de la gente que estaba celebrando en familia. Y eso que es en Barinas, me dicen mis amigos cuando cuento la historia.


Ir a la playa no fue nada diferente. Sitios que solían estar cuidados por brigadas de limpieza son ahora rincones de acumulación de basura. En la carretera del Henry Pittier, antes tan bien mantenida y pintada, proliferan los huecos y la falta de señalización. Y la cantidad de personas en la calle cuidando puestos de lotería, o sencillamente de vagos, sin hacer nada. Porque ya nadie quiere trabajar, me dice el vigilante de la urbanización, quien está buscando un reemplazo del turno hace dos meses y no consigue a nadie. Todos están mantenidos por el gobierno a través de las famosas misiones, pero nadie hace nada, doña. A este pueblo se lo llevó el diablo. Aquí están robando en todas partes, nadie respeta nada, las drogas corren y no hay quien pare a los malandros, se queja.


En Cantaura se murió el hijo de un amigo nuestro, no tanto por el accidente de tránsito, causado esquivando los huecos de la carretera, sino porque cuando lo llevaron al hospital no había luz, ni agua, ni médicos cerca, y nadie lo pudo socorrer para trasladarlo a otro sitio y evitar así que muriera desangrado.


Donde quiera que vayamos en esta geografía nuestra, se ven las huellas de la desidia, de la descomposición social. No hay paisaje bonito que no tenga cicatrices de indolencia, de abandono. Me pregunto qué tipo de acciones podemos emprender para poder cambiar este proceso. Cómo podemos organizarnos para verdaderamente lograr detener este deterioro.
Por supuesto, tenemos unas elecciones que están a la vuelta de la esquina, que son importantísimas. Pero esto va mas allá de las elecciones, es un problema de actitud de todos. Y mientras no cambiemos nuestra actitud, y exijamos nuestros derechos, no solo individualmente, como dignamente lo está haciendo la familia Brito, por ejemplo, sino en colectivo, usando como voceros a las organizaciones de las comunidades, a los gremios, a los colegios profesionales, aquí no va a haber cambio posible.


Caracas, 7 de enero de 2010.